Prologo: Nevada.
Al entrar en la taberna, aun podía escucharse los estragos de la tormenta. La cual había desatado con furia inusitada, cubriendo en un espeso manto de nieve, todos los rincones de la región. Absorbiendo todo sonido, menos el aullido del viento, el cual provocaba un baile en los árboles, al danzar junto a sus hojas, y chocar con las mismas. La oscuridad de la noche apenas rota por la débil luz de la luna escondida tras las nubes, hacía que el paisaje pareciera un lienzo blanco interminable, donde el camino se desdibujaba en la lejanía.
Atreves de toda la espesura. Un hombre avanzaba con paso firme, aunque cada paso se sentía más pesado que el anterior. Como si la nieve quisiera retenerlo en un instante, seguido por el frio que le hacía tiritar en un abrazo gélido. — ¿Cuanta falta? — Sonó una voz detrás de él. Perteneciente a una joven, envuelta en ropajes gruesos que cubría gran parte de ella, menos su rostro. Lyssa de Tarvil, llevaba una capa de lana gruesa, ajustando el capucho sobre su cabeza para protegerse del viento. Sus mejillas estaban enrojecidas por el frio, y sus ojos, brillantes por la curiosidad y asombro de su alrededor. No dejaban pasar detalle alguno, por más mínimo que fuera, en especial, cada que su mirada se posaba sobre la del hombre que la escoltaba.
—No estamos lejos —murmuró Salomón, su voz apenas audible sobre el viento—. Deberíamos ver la taberna pronto. — No se atrevió a verla, mantuvo la mirada en el frente, expectante de que encontrarían.
Lyssa asintió sin decir palabra, su aliento formando nubes de vapor en el aire gélido. Aunque había viajado por muchos caminos en busca de historias, nunca había sentido un frío tan penetrante como el de aquella noche. Sin embargo, la compañía de Salomón le daba una extraña sensación de seguridad, como si la presencia del mercenario pudiera protegerla de cualquier cosa, incluso del propio invierno. Pero pese a que el hombre le protegería de lo físico, nada evitaría lo interno, en especial, cuando su estómago comenzó a gruñir, reprochando la falta de atención. Llevo las manos hasta el, soltando un suspiro ante ello.
Finalmente, tras lo que pareció una eternidad de caminar a través del manto blanco, la silueta de una taberna solitaria emergió en el horizonte. Era un edificio modesto, de madera oscura y tejado inclinado, casi enterrado bajo la nieve. La luz cálida que se filtraba por las ventanas era una promesa de refugio, y el humo que se elevaba perezosamente de la chimenea indicaba que en su interior encontrarían más que solo calor.
Al acercarse a la puerta, Salomón empujó con firmeza, y un estallido de aire cálido los recibió. El contraste entre el frío exterior y la calidez del interior era casi abrumador, pero bienvenido. Dentro, el ambiente era sencillo: mesas y bancos de madera, un hogar crepitante en una esquina, y el aroma a guiso y pan recién horneado flotando en el aire. Pocos parroquianos ocupaban el lugar, en su mayoría viajeros agotados que buscaban un respiro del mal tiempo.
Lyssa se quitó el capucho, sacudiendo la nieve de su capa, mientras Salomón se dirigía al tabernero, un hombre corpulento con el rostro enrojecido por el calor del fuego.
—Dos habitaciones y algo caliente para comer —pidió Salomón, su voz ronca por el frío, a la par que se llevaba la mano a la nariz, en un intento de destaparla.
El tabernero asintió brevemente. Pero deteniéndose al ver al mercenario de arriba hacia abajo. Era un hombre alto, corpulento y de barba empezar. Sus ojos eran de un tono carmesí oscuro, que iban a la par al tono rojizo brillante de su barba. Que resaltaba a la vista, antes que el tono Onyx de su piel. Llevaba una espada larga en el costado, envuelta en pieles blancas, resaltando la empuñadura dorada. Entrecerró sus ojos un segundo, cuando visualizo las correas que usaba para sujetar su ropa, la cual, en su mayoría, estaba parcialmente tapada por una capa de terciopelo rojizo que descansaba plácidamente sobre sus hombros. Aunque esta, estaba cubierta de nieve, haciendo que el tono rojizo se hubiera convertido en un rojo pálido, seguido de la suciedad del camino y el polvo que la acompañaban en múltiples parches. Asintió una vez de visualizarlo, antes de ver en forma rápida a la dama.
—Tenemos estofado de cordero y pan fresco. Las habitaciones están arriba. No es mucho, pero será suficiente para pasar la noche. El precio serán Tres ducados reales por persona.
Salomón hizo una pequeña mueca. El imperio seguía siendo uno de los lugares donde menos gusto le daba pasar el invierno. Los precios parecían subir cada que volvía, sin contar la hospitalidad a regañadientes que la caracterizaba, aun ante ello, opto por pagar antes que regatear el precio. Sintiendo detrás de si, un agradecimiento por parte de Lyssa, quien lo veía con aprecio.
—Deberías descansar. La tormenta no pasará pronto —le sugirió. — Come algo cuanto antes, no te has alimentado desde la perdida de los caballos.
Lyssa lo miró, estudiando su rostro marcado por el tiempo. Dudo un segundo, el cómo sabía que tenía hambre, pero ante su mirada, la curiosidad que sentía desde que lo vio la primera vez, solo hizo aumentar. Aunque también sabía que no era momento de satisfacer sus intereses literarios. Asintió en silencio, antes de dirigirse a una mesa cercana, puesta frente a la chimenea. Lugar donde agradeció la presencia de esta, al poder frotarse las manos.
Momentos después, salomón tomo asiento frente a ella. Trayendo consigo dos cervezas espumadas. Dejando una frente a la joven, antes de acomodar la capa en la silla de al lado, junto a su espada. No era propio que alguien dejara un arma, en un lugar donde seria de fácil acceso, pero solo bastaba mirar a su al rededor, para saber que nadie se les acercaría. Todos los rostros del lugar eran de hombres y trabajadores de campo. Viajeros igual a ellos, que solo buscaban un mejor tiempo para reanudar su trayecto. Cada uno prefería estar en su propio mundo, antes que buscar dificultades o interacciones con alguien.
—¿Has viajado mucho por estas tierras? —preguntó Lyssa, intentando iniciar una conversación mientras esperaban la comida.
Salomón hizo una pausa antes de responder, dando un trago lento, tomando esos segundos para sopesar cuanto decirle.
—He viajado lo suficiente —respondió, su voz baja.
Lyssa sonrió ante la respuesta enigmática. Si había algo que disfrutaba, eran los enigmas. Las dudas e historias que ocultaban. Lo miro unos instantes, antes apartarse un mechón que le molestaba a la vista. Su cabello largo de tono oscuro, la caracterizaba tanto como sus ojos azules.
—Tal vez esta noche puedas compartir algunas de tus viajes —sugirió, su tono medio en broma, medio en serio. — Ser un mercenario, debe ser tan gratificante como un caballero errante. Acampar a la luz de las estrellas, salvar jóvenes de dragones y liberar el mundo del mal.
Salomón levantó la mirada, sus ojos oscuros encontrándose con los de Lyssa. Por un momento, el silencio entre ellos fue tan denso como la nieve afuera. Finalmente, Salomón asintió, apenas perceptiblemente.
— Si la gratificación para ti. Es pasar frio en las noches, con un ojo abierto o no dormir nada por evitar que un lobo te robe las provisiones o despertar con una daga en el cuello. Lo es, si le agregas el miedo de una joven al ver como matas a sus atacantes o la ingratitud de un pueblo al salvarlo de una criatura del bosque, en un intento de apuñalarte por la espalda porque prefieren matarte que pagarte. Si, es gratificante. — Alzo la cerveza antes de dar un trago. Pero aquella actitud, solo hizo que la joven se riera entre dientes.
— Puede que no hayan sido las experiencias más valerosas. —Se detuvo un segundo, eligiendo las palabras con cuidado. — Pero de seguro, hubo algún momento, donde tu presencia fue recompensada.
—Tal vez —respondió, permitiendo que una pequeña sonrisa se formara en su rostro.
— En ese caso. Cuéntame una historia. — Sonrió de oreja a oreja. — Por favor.
Sus ojos mostraron el crepitar de la chimenea. Un ávido reflejo de la danza del fuego. Disfrutaba de las pausas en las conversaciones, apreciando cada detalle de su interlocutor, preguntándose cuanto debería de contarle o no. Aunque al observar a su alrededor, no existía otra compañía tan animada como la de ella, y a partir de ahí, viendo el exterior, el mal tiempo no parecería mejorar próximamente.
Sin muchas alternativas, aunque tampoco es que las buscara. Bajo la garra de sus labios, asintiendo por un segundo, antes de hacer una mueca. Aquella reacción solo ensancho la sonrisa de Lyssa, quien esperaba con ánimo que historia podría narrarle aquel mercenario. De los cuatro que la escoltaron, fue al único que se le asigno que siguiera con ella luego del cruce. Se debatía sobre que podría haberles ocurrido a los otros cuatro, pero cuando intentaba preguntarle al respecto, simplemente se encogía de hombros antes de dar otra orden para avanzar. Ante esa evasiva, provocaba que volviera a molestarlo otra vez con sus preguntas, cada una siendo evadida; antes de volver a señalar que en pocos días llegarían a la ciudad de Tarvil, su hogar, donde dejaría de incordiarlo. Aunque la idea de recordar a su hogar, hacia que se hundiera en sus pensamientos, los mismo, que originario su siguiente pregunta.
— ¿Perteneces a algún lugar Salomón? A diferencia de otros hombres imperiales, tu... apariencia, no es de aquí. ¿De dónde eres?
Salomón jugo con el borde de la jarra, pasando un dedo alrededor de ella. De todas las preguntas que pudo haber no elegido responder, aquella, fue la única que le hizo verla a los ojos.
— Recuerdo la región en la que me crie. No es un nombre que suela pronunciarse en la lengua del continente. Pero era una zona árida, desértica. Donde cualquier hombre estaría dispuesto a matarte, con tal de poder tomar algo. Los jóvenes solían jugar en las dunas, y los ricos en sus palacios de arena, solían organizar con frecuencia peleas para su entretenimiento. A diferencia del continente, pocas son las cosas que pueden hacerse en un desierto y las que se hacen, son a un precio.
Excelente, que maravilla de escena, siento que me transporto al sitio y veo sentado desde una esquina a estos viajeros inconfundibles.