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Capitulo 4: El velo de lo Prohibido

“De los Archivos del Cónclave de la Luz: Sobre la Naturaleza del Velo y sus Peligros 

El estudio de la magia es, ante todo, el arte de comprender los límites. Entre la luz y la oscuridad, entre la vida y la muerte, entre lo que puede ser alterado y aquello que debe permanecer intacto. Desde los albores de la primera Academia, los más sabios han advertido sobre la delgada línea que separa la iluminación de la perdición. En las profundidades de las grandes bibliotecas de Lothrain, custodiados por sellos, guardianes y encantamientos poderosos, yacen tomos que narran la osadía de los primeros magos que intentaron rasgar el Velo. Cegados por la arrogancia, creyeron que podían dominar las fuerzas que separan los reinos físico y espiritual. 


El Cónclave no olvida la Gran Purga del año 867, cuando la última gran transgresión del Velo arrasó con media ciudad de Thaumantis, bajo la jurisdicción de la Casa Admatin. Desde entonces, vigilamos, aguardamos y, cuando es necesario, actuamos. Porque hay verdades que deben permanecer ocultas, conocimientos que ningún mortal debería poseer. Hay límites que, una vez cruzados, no pueden deshacerse. 


Sin embargo, la tentación persiste. El susurro de los secretos prohibidos siempre encuentra oídos dispuestos a escuchar, mentes brillantes cegadas por la ambición o el dolor. Los estudiosos siguen buscando en las sombras, ignorantes de que son ellas las que eligen a quién revelar sus secretos. 


— Extracto de las advertencias del Encantador principal, Cornelius Voss, Guardián Principal de los Archivos Prohibidos de Lothrain.” 



La sostuvo con fuerza contra su pecho, aun con el dolor que padecía, que solo hacia aumentar, anda se comparaba al verla. La totalidad de su cuerpo estaba lleno de heridas, moretones, cortes y rasguños, pero esa imagen, no le afecto tanto, como el de su mirada. Sin ningún rastro de vida en sus ojos, los mechones de su cabello oscuro cubrían parcialmente el mismo, dándole así sea por un instante, la apariencia de quien duerme profundamente y no de la muerte. 


Deseo llorar, pero el dolor se lo impidió, solo la mantuvo cerca de su cuerpo, intentando protegerla de la lluvia, al menos con eso, aspiraba a darle un instante más de calma, aun si era mentira, prefirió repetirse una y mil veces, que solo estaba dormida, que pronto despertaría, que la llevaría a casa, pero nada de eso sucedió. Solo en lo que pareció una eternidad, pudo aceptar la presencia del otro, un hombre de ropajes oscuros, aun con la espada de acero que parecía brillar como la plata, aun empapada en sangre por lo alto. El, observaba en silencio los cuerpos del camino, sin ningún atisbo de aprecio o remordimiento; en un acto mecánico, saco de su traje un paño que empleo para limpiar su espada, en lo que sus ojos grises se posaban sobre él. 

 

— Lo siento, por no haber llegado antes. — El tono del desconocido, era neutral, sin ningun atisbo de emoción, pero en sus ojos plateados, se notaba un alo de pesar. Aunque sus palabras no lo expresaran, en su mirada podía observarse que le afectaba. — ¿Eran cercanos? 

— No. —Respondió el chico con dolor, mientras continuaba abrazando el cuerpo. — Solo pasaba por aquí y la agredieron, quería hacer algo, yo... no pude, no pude hacer nada... 

Su voz se quebró nuevamente y por fin, sus lágrimas comenzaron a salir. Pero no de tristeza, sino del dolor que sentía, ahora que se había calmado. Cada parte de su cuerpo se lamentaba en un coro de diversos dolores, que le hacían llorar, suplicando volver a la academia, volver a los salones y dirigirse a su cuarto para no volver a salir, todo en el exterior dolía. Fue entre llantos que pudo verlo, igual que como le habían enseñado, del cuerpo sin vida, cuatro pequeñas luces salieron, tan diminutas que podrían perderse en un parpadeo, pero ahí estaban. Las siguió con la mirada, hasta encontrarse con la mirada del extraño, quien, sin inmutarse, volvió a hablar. 


— ¿Las ves? — Siguió las luces con su mirada, las cuales, solo con una alta sensibilidad a lo inmaterial, podían ver. 


— Si... lo hago, es su alma. — Llego a sonreí al ver como las cuatro lucecitas se dirijan al cielo. — Recordaba las enseñanzas del maestro Magnarius, el alma era conformada por cuatro elementos, que formaban la voluntad de un individuo, aun si cada cultura tenía un nombre o forma diversa, en esencia, eran lo mismo. — Su cuerpo... —susurro al ver como una de ellas se elevaba más rápido. — Su saber y razón. — fue lo que continuo, dejando las últimas dos lucecitas atrás, las cuales, en vez de elevarse, comenzaron a caer al atierra, ante su mirada horrorizada. — No, no, ¿Por qué no se eleva? ¿Por qué? — observo con ansiedad, como dos partes de su alma volvían al suelo, a lo material. Podría haberlo aceptado, si no fuera porque al ver como las almas de sus atacantes, emergían de sus cuerpos para subir. — ¡¿Por qué ellos sí?! 


Grito ahora, con mayor frustración, a la par que aun sostenía el cuerpo de la chica. Pero sus preguntas no fueron respondidas, cayendo en el olvido. El hombre que estaba ante él saqueó los cuerpos, antes de retomar su camino, dejándolo solo con el odio que sentía, un profundo sentimiento que no se desprendería de su ser, sino que ira aumentando junto con la tristeza que sentía. — Juro, que te daré un digno descanso, no dejare que te quedes aquí, lo prometo.


—Susurro en voz baja, observando como sus lágrimas, llegaban a caer sobre el rostro de ella, para recorrerlo levemente hasta tocar el suelo. No estuvo seguro de cuanto paso, pero en el instante que el dolor se hizo más soportable, alzo la mirada en dirección al cielo, ante las estrellas danzantes, que, con su brillo, llegaban a bailar en su propio ritmo.  


Las cuales, proyectando sombras que se retorcían como seres vivos, recorrían a lo largo y ancho, sobre las paredes del antiguo pasillo. Para la mayoría de los habitantes de la Academia, aquellos hechizos de luz flotante eran algo cotidiano, pero para Salomón, cada destello era un recordatorio de las noches estrelladas que solía contemplar desde la intemperie. Aquí, bajo el resplandor mágico, no sentía el mordisco del frío nocturno, pero algo en su interior añoraba la libertad del cielo abierto. 


—¿También te hipnotizan? —susurró Bershka, su tono formal ligeramente teñido de diversión. Como líder de la compañía, raramente mostraba tales gestos de camaradería, pero la ocasión lo merecía—. La primera vez que un noble me contrató para escoltarlo, no pude evitar sorprenderme al verlas. 


Salomón apenas asintió, sus ojos curiosos vagando por las maravillas del corredor. Las estatuas de caballeros se erguían solemnes a cada lado, mientras los mosaicos, como historias en silencio, relataban la historia de la región. Desde la llegada de los primeros Admatin a estas tierras hasta la conquista de gran parte del Norte, incluyendo la Sierra Nublada. Siguió con su mirada el recorrido entre ciudades y pueblos que guiaban hasta la Academia, uno de los lugares más céntricos de la región, ubicado cerca de la fortaleza y hogar de los Admatin actuales.  


Continuaron un momento más, hasta detenerse ante uno de los mosaicos, que representaba un mapa detallado de la frontera, junto con las líneas que delimitaban las demás casas fronterizas. Salomón se acercó y tocó con los dedos el mapa, señalando los lugares por donde había pasado. 


A diferencia de la curiosidad compartida entre Bershka y Salomón, Ragnar mantenía su distancia habitual. Sus ojos recorrían el pasillo con meticulosidad, observando cada detalle como si estuviera trazando un plan de ataque. Su cautela se había forjado desde la aventura en las islas, ganándose la atención de los demás, quienes se preguntaban qué motivaba esa actitud tan reservada. Incluso su ropa, siempre compuesta por pieles y armadura, había cambiado sutilmente, pero el único detalle notable eran las trenzas adornadas con cuentas de plata y oro que tintineaban suavemente con cada paso, el único sonido que delataba su presencia. 


—Estos mosaicos —comenzó Andreus, su voz cultivada resonando con la educación propia de un noble— narran desde la purga del Cónclave contra los magos corruptos en el año 765 A.C., hasta la fundación de la Academia en el 500 D.C. — Sonrió al compartir esos retazos de historia mientras avanzaban, y a medida que se acercaban a la siguiente sala, continuaba narrando la historia de ese lugar. Su traje era cuidado, de tonos celeste oscuro, junto con una armadura ceremonial, hacían que resaltara con cada paso. 


Se detuvo ante uno de los mosaicos, aclarándose la garganta antes de señalar un cuadro que presentaba una legión de barcos acercándose al continente. 


—El Imperio comenzó como una legión de navegantes que, al tocar tierra, se dividieron en dos culturas. Los que se asentaron fundaron el Imperio, mientras que los otros, fieles a su tradición comercial y militar, optaron por mantener una vida nómada. Fue esta última parte la que trajo a los primeros magos al continente, conocidos entonces como "iluminados", considerados benditos por el Hacedor y su arma contra el mal de esos tiempos. De allí surgieron las rebeliones de estos "esclavos santos", que culminaron con la guerra imperial de los cien años y la fundación de las múltiples Academias de Magia para regular el uso de la magia y asegurar su control. 


Al notar el asombro en Salomón, Andreus no pudo evitar sentirse satisfecho, tal como lo haría un maestro que, al dar una lección, garantiza que su alumno comprenda. Hizo un gesto para continuar caminando, hasta detenerse ante un cuadro imponente del Consejo de Magísteres. Cinco figuras, encargadas de gestionar la institución bajo la dirección del Archimago, o como se les conoce en los círculos académicos, el rector. En ese momento, pasos apresurados resonaron en el corredor, y una figura emergió de entre las sombras. Era el Magíster actual, un hombre de cabellos oscuros y barba salpicada de gris, que al verlos se detuvo, la curiosidad en su mirada, propia de un maestro al ver a nuevos estudiantes. 


—Vaya... —musitó el Magíster, recuperando la compostura—. Cuando pedí refuerzos para la guardia, no esperaba... —Sus ojos se detuvieron en Andreus, reconociendo los rasgos distintivos de la Casa Tenerius—. ¿Son ustedes la compañía contratada para la seguridad del evento? 


—Así es, Magíster Magnarius —respondió Bershka con firmeza profesional—. La Compañía Errante, a su servicio. Nuestras credenciales fueron enviadas y aprobadas hace tres días. 


—Por supuesto, por supuesto —asintió Magnarius, su mirada alternando entre curiosidad y cautela—. Es solo que... no es común ver a un noble de la Casa Tenerius en una compañía de mercenarios. 


—Los tiempos cambian, Magíster —intervino Andreus con una sonrisa diplomática—. Y con ellos, las personas nos adaptamos. — Con un sutil gesto, mostró el anillo con el sol imperial, símbolo que les permitía recorrer la frontera sin ser tratados como criminales, y recordatorio de su posición como corsarios. 


El Magíster, ignorando el gesto, estudió el cuadro junto a ellos. Una sonrisa de entendimiento cruzó su rostro. 


—Aunque no lo parezca, esto sucedió apenas hace tres siglos —explicó, señalando a los Magísteres retratados—. En aquel entonces, luchábamos para que el mundo entendiera que aquellos capaces de emplear lo que llaman "magia" no eran monstruos, sino personas asustadas por sus propios dones. La fundación del Consejo permitió que los magos pasaran de ser parias a ser ciudadanos respetados del Imperio, aunque algunos... —Su mirada se desvió brevemente hacia Andreus— ...aún enfrentan prejuicios similares. 


—El evento de hoy requiere especial atención —añadió Bershka, redirigiendo la conversación hacia lo práctico—. Nos han informado que habrá nobles, docentes e inquisidores del Cónclave. 


La mención de la Inquisición hizo que la actitud del Magíster cambiara, de cordialidad a incomodidad. 


—Precisamente —asintió Magnarius, dando un paso atrás—. La presentación de los trabajos de investigación atraerá a figuras importantes del Imperio. Si han notado la ausencia de estudiantes en los pasillos, es porque la presentación requiere la máxima dedicación. Demostrará que son capaces de valerse por sí mismos una vez fuera de esta institución, tanto como individuos como servidores del Imperio. Vuestra presencia, junto a la guardia regular, garantizará que todo transcurra sin incidentes. 


—De ser así... —interrumpió Salomón, frunciendo el ceño—. ¿Por qué es necesaria la aparición de la Inquisición? Si es un examen como cualquier otro. 


El Magíster no respondió de inmediato. En su mano, un leve gesto delataba su incomodidad. 

—Olvido que ustedes, errantes, desconocen estas cosas —respondió finalmente—. El Cónclave regula el uso de la magia en el Imperio, manteniendo un registro estricto sobre cada acólito graduado. Desde quienes alcanzan una posición en alguna corte real hasta quienes deciden abandonar el camino y convertirse en apóstatas, persiguiendo su libertad sobre la razón. — Soltó un suspiro de decepción—. Por eso los inquisidores están aquí, para asegurarse de que esta nueva generación de magos sea mejor que los anteriores. 

—¿Y si fallan en la prueba o no cumplen con sus expectativas? 


Magnarius no respondió directamente. Solo lo observó de reojo, como recordándoles que estaban allí solo para cumplir con su servicio. El intercambio de miradas entre ellos se mantuvo hasta que llegaron a la siguiente puerta. Al abrirse, una majestuosa sala se desplegó ante ellos, una biblioteca construida en mármol y oro. Parecía extenderse hasta el infinito. La alfombra rojiza con detalles en blanco y púrpura de la Casa Pontilan cubría el suelo como un manto real. Maestros con túnicas escarlata y nobles de atuendos elegantes transitaban el espacio, creando una atmósfera donde la política y el poder mágico se entretejían con la misma densidad que los hilos de los tapices que adornaban las paredes. 


Andreus señaló la delegación de cada casa con un gesto firme. Del Norte provenían los Admatin, quienes exhibían el estandarte de una balanza dorada sobre un río de oro y pergaminos. Ricos y exigentes. No era sorprendente que, en una región tan violenta, fronteriza con los reinos del Norte, el oro fuera la herramienta más eficaz para mantener el control. 

—A diferencia de otras casas al otro lado de la frontera, su riqueza es mínima, pero suficiente para darles voz y voto —opinó Andreus con cautela, mientras caminaban por el salón. Ragnar levantó la mano y señaló una bandera cercana, que representaba un martillo sobre un yunque, acompañado por la figura de lo que parecía un dragón escupiendo fuego. 


—¿Y qué hay de ellos? 


—Me sorprende que los hayas olvidado. Son los Damertus. Su lord Víctor, junto con lady Helena de Admatin, evitaron que nuestras cabezas terminaran en una pica —respondió Andreus, llevando la mano al cuello, como si aún pudiera sentir el peso de las cadenas, sensación compartida con Salomón, quien mantuvo la mirada fija en el escudo—. En su mayoría, son guerreros, pero también se destacan en rivalizar con los enanos en comercio y manejo de materiales preciosos. Se rumorea que los enanos de las Montañas de Hierro están en guerra contra ellos por el control de los valles de acero, hogar de su distintiva salamandra. 


—¿Salamandra? —preguntó Ragnar, alzando una ceja. 

 

—Parientes lejanos de los dragones —intervino Bershka, mientras tomaba una copa—. Lagartijas sin alas que escupen fuego. Antiguamente se consideraban dragones terrestres, pero en realidad son solo reptiles enormes. — Bebió otro trago y miró a su alrededor en busca de más vino—. Aún tenemos una invitación pendiente para entrar en su territorio. 


—En su debido tiempo partiremos allá —respondió Andreus, pensativo—. Una vez que cada capitán regrese con su división, partiremos. 


Ambos debatieron por un momento sobre cómo organizarse, considerando la posibilidad de reunir a sus hombres cerca de Rindel, en las afueras del colegio. La idea de partir hacia Demetrus empezaba a ganar terreno, aunque Andreus aún dudaba de la conveniencia de marchar tan pronto. Aún creía que no estaban listos para tal viaje, pero Bershka no compartía esa opinión. 


—Si no lo hacemos ahora, podríamos perder la oportunidad de conseguir más reclutas, o peor aún, perder a la mitad de nuestros hombres —dijo con firmeza. 


—No estamos listos para un viaje semejante. La compañía ha aumentado en números, pero no nuestras arcas. Un viaje así podría gastar todas nuestras reservas de oro, antes de siquiera llegar a la frontera de los Admatin para atravesar el valle. 


—Por eso, es mejor arriesgarnos con ese trabajo. — Dio un sorbo a la copa, saboreando brevemente su dulzor. — Cada vez hay que enviar a los capitanes a expediciones mucho más lejanas o peligrosas, para mantener el control. No faltará mucho sino es que la idea ya se ha presentado, con independizarse como grupos autónomos o luchar entre ellos para tener mayor poder e intentarlo. 


Antes de que Andreus pudiera responder, las puertas del salón se abrieron de nuevo. Dos nuevas delegaciones nobles hicieron su entrada, haciendo que el imperial volviera a su actitud formal de costumbre, pero con la mirada puesta en su comandante, casi diciéndole que no habían terminado de hablar. La primera era la casa Elantor, una casa menor. Su estandarte mostraba un ojo abierto sobre un pergamino, símbolo que hizo que Andreus frunciera el ceño con molestia. 


Salomón notó su incomodidad, pero no intervino. Detrás de ellos, llegaron los Pontilan, conocidos por su vínculo con la educación, pues sus nobles llevaban una máscara doble envuelta en un pergamino. Uno de los nobles de Elantor se acercó a Andreus: un joven de cabellos castaños y ojos oscuros, quien sonrió cortésmente antes de hacer una ligera reverencia. 


—¡Andreus Tenerius! —exclamó el joven, extendiendo la mano con una sonrisa. La acción incomodó a Andreus, pero, con resignación, aceptó el gesto—. No estoy seguro de si me recuerda, pero cuando era más pequeño, sus padres accedieron a darme tutoría durante la conquista de Umbraen, hace casi veinte años. Era un niño, pero nunca olvidé tal gesto. 

 

La mención de Umbraen hizo que tanto Ragnar como Andreus intercambiaran una mirada breve. Umbraen, una región del sur del imperio intentó independizarse, lo que desencadenó una guerra que acabó con la familia noble y provocó la ocupación del territorio por los Banaus. Los ciudadanos vagaron durante casi un año, hasta que encontraron refugio en la región de los Tenerius. 


—Cuánto has crecido, Darda —comentó Andreus, al ver cómo el joven se sonrojaba ante la mención de su nombre. 


—Temía que lo hubiera olvidado —murmuró Darda, su sonrisa desapareciendo rápidamente—. Cuando escuché sobre el Invierno Negro... —Se detuvo un momento, pensativo. Al mirar a Andreus, su expresión se suavizó, pero la pena era evidente—. Siempre lamenté lo que sucedió. Cuando llegaron las noticias de la caída, hablé con mis parientes para que recibieran a cuantos pudieran de vuestro pueblo. Muchos se negaron, pero logré convencer a algunos. Lamento no haber hecho más. 


Andreus mantuvo su rostro estoico, pero en su mirada se percibía un destello de gratitud. La mención del Invierno Negro traía consigo imágenes difíciles de olvidar: la fortaleza que ardió durante casi una semana, consumiendo la ciudad y parte del bosque circundante, dejando una vasta extensión de tierra cubierta por cenizas. Caminar por allí era como atravesar una niebla espesa. 


—Hiciste más que muchos —dijo Andreus, poniéndole una mano en el hombro a Darda—. Gracias por haberlo hecho. 


—Sé que ahora toda la región de Agatha le pertenece a los Banaus, pero si alguna vez necesitas un lugar al que ir, tanto la casa Pontilan como Elantor hemos unido fuerzas a través del matrimonio. No somos una casa poderosa ni reconocida, pero me aseguraré de que nos apoyen si alguna vez nos necesitas. 


Andreus agradeció las palabras del joven, asegurándole que pasaría por sus tierras si alguna vez su compañía se encontraba cerca. Aunque algunas casas nobles aceptaban mercenarios como fuerzas de apoyo, eran pocas las que se atreverían a contratar a una compañía que tuviera algún noble marcado como traidor o exiliado. En círculos muy cerrados, tales mercenarios eran conocidos como bandidos de la nobleza, y un vínculo con ellos podía bastar para destituir una casa. 


La conversación continuó por un momento más entre historias nobles y preguntas sobre el propósito de su invitación, mientras esperaban que los magísteres regresaran al salón junto con los encantadores y los estudiantes que presentarían la prueba. Estos mismos bajaron por un lateral de la sala, motivando a los presentes a seguirlos, por una escalera de caracol, que los llevaría a un lugar abierto, similar a un teatro. Podían verse como los estudiantes buscaron rápidamente sus respectivos puestos. Algunos llevaban consigo objetos de diversas formas, o simplemente báculos, baritas, libros y runas entre sus manos. 


Una vez allí. Los mercenarios se dispersaron por el lugar. Tanto Ragnar como Salomón, se hicieron a los lados de la tarima, junto a otros guardias; para impedir el acceso a nobles e invitados curiosos que desearan estar más cerca de lo debido, de las presentaciones. 


Ante la tarima, se hallaba una mesa en forma de medialuna, donde algunos magísteres mantenían sus puestos, hablaban entre ellos, al igual que veían de reojo a los aspirantes a magos y encantadores, llegando incluso, a escucharse partes de sus conversaciones. Bershka quien estaba más cerca, gracias al tener que evitar que un noble se acercara, tomo la oportunidad. — Haremos pausas entre las presentaciones. Los sellos que mantienen nuestro plano y el velo separado, sé han estado debilitando, hay que evitar el remanente de ser posible. — presento uno de los magísteres, de apariencia de anciano, pero de voz fuerte, quien no alcanzo a completar la frase, cuando Magnarius tomo la palabra para apartarlo del lugar. 


La líder mercenaria, los siguió con la vista hasta ver cómo recorrían cada una de las seis columnas del lugar, hechas de mármol pulido, con decoraciones talladas, aunque no entendía a qué hacían referencia, por las formas, imaginaba que tenían que ver algo con la historia de la academia. 


Andreus agradeció las palabras del joven, asegurándole que visitaría sus tierras si su compañía mercenaria llegaba a pasar por la región. Aunque algunas casas nobles aceptaban mercenarios como fuerzas de apoyo, eran pocas las que se atrevían a contratar a una compañía asociada con un noble marcado como traidor o exiliado. En círculos muy cerrados, estos mercenarios eran conocidos como "bandidos de la nobleza", y cualquier vínculo con ellos podía ser suficiente para que una casa perdiera su estatus y poder. 


La conversación continuó un rato más, entre historias de la nobleza y preguntas sobre el propósito de la invitación, mientras esperaban a que los magísteres regresaran al salón junto con los encantadores y los estudiantes que participarían en la prueba. Poco después, los magísteres aparecieron por un lateral de la sala, invitando a los presentes a seguirlos por una escalera de caracol que descendía hacia un espacio abierto, similar a un teatro. Allí, los estudiantes ocuparon rápidamente sus puestos, algunos portando objetos de formas variadas, báculos, varitas, libros o runas entre sus manos. 


Una vez en el lugar, los mercenarios se dispersaron por el recinto. Ragnar y Salomón se situaron a los lados de la tarima, junto a otros guardias, para evitar que nobles e invitados curiosos se acercaran más de lo debido a las presentaciones. Frente a la tarima, había una mesa en forma de medialuna donde varios magísteres mantenían sus puestos. Hablaban entre ellos mientras observaban de reojo a los aspirantes a magos y encantadores, y fragmentos de sus conversaciones podían escucharse en el ambiente. 


Bershka, que estaba cerca de la tarima tras evitar que un noble se acercara demasiado, aprovechó la oportunidad para escuchar con atención. Uno de los magísteres, un anciano de voz firme y resonante comenzó a hablar: —Haremos pausas entre las presentaciones. Los sellos que mantienen separados nuestro plano y el velo se han estado debilitando. Hay que evitar el remanente, si es posible. 


Sin embargo, no pudo completar su frase, ya que Magnarius intervino rápidamente para apartarlo del lugar. Bershka los siguió con la mirada un instante, observando cómo recorrían las seis columnas de mármol pulido que rodeaban el espacio. Las columnas estaban decoradas con tallas intrincadas, cuyas formas sugerían algún vínculo con la historia de la academia, aunque ella no lograba descifrar su significado exacto. En especial, cuando notaba como los dos hombres señalaban algo en la base de la columna. La curiosidad la suscitaba a querer acercarse para investigar, pero su deber la llevo a otro lado, ahora, luego de relevar a Andreus quien estaba en la puerta, controlando la entrada de invitados y evitando que estudiantes curiosos se acercaran a ver las presentaciones. 


El imperial entrego el listado de invitados, antes de partir a otro lado para dar una ronda por el lugar. Momento que aprovecho para entrar en el pasillo, sintiendo nauseas que le hicieron buscar un momento a solas. Fue ahí que termino en el pasillo, el cual estaba casi vacío, debido a que los últimos estudiantes estaban saliendo a otras direcciones en cuanto la vieron. Algunos ajustando sus túnicas y otros tomando sus libros rápidamente. En ese instante de soledad pudo tomarse un respiro antes de poner la mano sobre su estómago. — Mierda. — 


No quiso pensar en el tema, tampoco en las consecuencias o responsabilidades que debería de asumir. Tan solo, quería esperar a que pasara esa sensación de bruma, antes de retomar su oficio y luego tomaría decisiones en su momento. Por lo que, para calmarse, se detuvo a ver la figura de los mosaicos. En la medida que el vacío, era iluminado por las velas flotantes, que, con su proyección de sombras danzantes, daban la sensación de que las figuras se movían al son de su baile. Se concentro en ellas, en sus formas, colores y figuras, preguntándose que historia guardarían ellas. Aunque al final, poco le interesaría en realidad; prefiriendo dejar las historias para Andreus y la curiosidad de Salomón. Para ella, le interesaba más el poder estar en el presente, que considerar el pasado o el futuro, aunque, ambos sin importar cuanto tomaría, terminarían llegando. 


— Comandante Bershka Kaeilin Mac Tell. — Una voz grave, y cargada de autoridad, resonó detrás de ella. Acto que hizo que buscar su origen, se encontrara a un hombre alto, de rostro severo, ojos oscuros y un espeso bigote en su rostro. Sus ropas eran oscuras, sobre las cuales, una capa negra con adornos dorados hondeaba al caminar. Siendo lo más distintivo, el símbolo del Conclave, un ojo formado de espadas. 


— ¿Un inquisidor? —respondió sin mostrar atisbo de temor. Manteniendo la compostura al observarlo. 


— Cassian Draven. — Dijo el inquisidor con un leve movimiento de cabeza, pero sin dejar la expresión distante de su rostro, sus ojos la observaban de arriba hacia abajo, documentando hasta el más mínimo detalle de su persona. 


— Son contadas las personas, capaces de saber mi nombre completo. 


— Igual de pocas que son invitadas a Lohtrain. —Sonrió brevemente, pero sin calidez en su expresión. — Es ciertamente, un honor conocer a la líder de la Compañía Errante. La reputación de su grupo le precede, son notables los logros que han conseguido. Salvar a una concubina del zar; acabar con los piratas de Ulfrsholm y su ola de muertes; conseguir un permiso de las principales casas nobles de la frontera para recorrer el imperio. — hizo una pausa deliberada. —, admito que, es sorprendente verlos aquí.


Al oírlo, Bershka se cruzó de brazos, estudiándolo con cautela. 


— ¿Por qué seria eso? 


El inquisidor se acero un paso más, bajando la voz antes de ver a su al rededor. Y sin verla, hablo. 


— Encontramos de forma recién, una diligencia abandonada. Como supondrá, bandidos, parias o tal vez alguna criatura del bosque se atrevió a salir en busca de comida. Ya deberá de saber a imagen que le presento. Las ruedas rotas, caballos desaparecidos, quienes estaban a cargo no aparecen. Lo habríamos ignorado por su puesto, pero, en su interior había varias placas de identificación, específicamente, de grupos de mercenarios y soldados mucho más calificados que se habían presentado para encargarse de la seguridad de este evento. — Dio un paso atrás, para encontrarse con la mirada de Bershka, quien no reacciono, su mirada parecida oscurecerse ante sus palabras. — Curioso que su grupo haya sido seleccionado. 


Ella no se inmuto, mantuvo la mirada fija en el hombre, aunque había algo en él, que le hacía preocuparse. 


— La suerte a veces favorece a los audaces, ya ha de saberlo, inquisidor. 


— ¿Audacia, dice? — repitió el, con un dejo de sarcasmo, de forma lenta y pausada. — O quizás algo más, no sería la primera vez que los peligros de los caminos, favorecen a quienes no son correspondidos. Después de todo, no es común ver a exiliados en compañía de mercenarios. 


— ¿Cuestiona la capacidad de mi grupo, inquisidor? 


— Mi trabajo es la duda, no dar certeza sin prueba. No habría accedido a permitirles estar en este lugar, sin saber hasta el más mínimo detalle, incluso aquellos que, aunque intente ocultar, yo los sabres. — Aunque su mirada no cambio, ella sabía que estaba prestando atención a su abdomen. — Dejare las florituras y seré claro. Puedo permitir a un hombre del desierto aquí, no son tan escasos como se cree, incluso el que un isleño recorra la frontera es común, sus ataques durante el verano son conocidos al igual que bandas mercenarias como las suya. ¿Un noble exiliado del imperio y que nueve años después de su casa, aparezca escoltando al primogénito; de quien fue uno de los causantes de la caída su casa? Una extrañeza. De tratar de cualquier otro noble, habría muerto al más mínimo acercamiento a la frontera. 


— Igual que en su labor, he de saber hasta lo más mínimo, en especial, cuando se trata de a quien le confiare mi vida en el exterior. 


— De ser tan conocedora. Entonces, ¿Sabe que los tenerius son contrabandistas con permiso real? Los tenerius, conocidos como papel de guardianes de conocimiento, escolares y bibliotecarios. Pero su trabajo era los archivos, en especial, ser los encargados de la entrada y destrucción de artefactos peligroso que pasaban por sus manos antes de ser enviados a capital. Por la falta de reacción en su rostro, usted ya ha de saberlo. No muchos no lo saben, pero los oídos adecuados sí. 


Ella no respondió, mantuvo la mirada, en un intento de saber hacia dónde se dirigía, el tomo su silencio para continuar. 


— ¿Sabe usted, a quien acepta en su sequito? 


— ¿Y usted? — No dudo en responderle, era bien sabido que la aparición de un inquisidor nunca era individual, siempre tendrían agentes en todo momento y nunca se estaba plenamente preparado para el alcance de sus decisiones. Aunque pocos eran los afortunados o desafortunados de presenciar a uno, eran aun escasos quienes salían ilesos cuando uno estaba presente o peor. 


— Lo suficiente para no haber aceptado a un hombre, que se le vio en las fronteras de Veyra y Morren. 


Bershka alzo levemente la ceja ante sus palabras, había oído de las regiones e incluso hacia casi una década habían estado por los alrededores, pero nunca el tiempo suficiente para adentrarse, ya que, pese a ser parte de la frontera del imperio, la perdida de ambas casas ocasiono que esta misma se redujera lo suficiente, para que los atrevidos habitantes del sur, tomaran fuerza para expandir su territorio, ocasionando que ambos lugares, siguieran al día de hoy, en una batalla por el control, la cual al ser algo tan mínimo recibía escasos recursos, en comparativa de la totalidad de la tierra imperial. El inquisidor al percatarse de tan leve reacción, continuo. 


— Como bien sabrá o no, el imperio está conformado por múltiples casas nobles, algunas de mayor otras de menor renombre. Cada sección de la tierra esta administrada por alguna de las mayores y todas independientemente de su estado, deben de responder ante la casa imperial. La frontera estaba regida por siete casas nobles. Ante la caída de los Tenerius por acusación de traición, fue la misma casa imperiales la cual envió refuerzos a sus ejecutores, los Banaus, Veyra y Morren. 


—Ahórrese la explicación política, no soy una ignorante. 


— Puede que, de la tierra, pero sí de sus relaciones. — El inquisidor se detuvo, observo brevemente a su alrededor antes de hacerle un gesto para que le siguiera, el cual, no era una petición. — Hace unos años, las dos casas nobles que conformaban el consejo de la frontera cayeron en desgracia. La casa Veyra perdió a sus más notables miembros y lideres, en una serie de “accidentes” durante una expedición al Norte, en un intento de tratado de paz. Por otro lado, la Casa Morren, fue desacreditada cuando se filtraron documentos que los vinculaban al tráfico de artefactos prohibidos, que empleaban para financiar múltiples... organizaciones y razas de xenos que no ven con buenos ojos el mandato imperial. — Hizo una pausa cuando llegaron a la puerta del salón, oyendo aplausos y palabras de asombro ante lo evidenciado en las presentaciones. —Ambas casas, junto con los Banaus, fueron responsables de la caída de la Casa Tenerius. ¿Coincidencia? 


 — Nunca tuvimos relación ni estancia en sus tierras, de haberlo estado, habríamos muerto sin el permiso de la frontera. Andreus es un miembro más de mi compañía, su pasado, nunca ha afectado nuestra relación, ni definido nuestros propósitos — Lo miró fijamente, sin llegar a añadir nada más. El inquisidor no mostro emoción alguna, solo le mantuvo la mirada por un instante más. 


— Quizás, pero recuerde bien, que nosotros no olvidamos, no perdonamos ni actuamos sin razón comandante. No sería la primera vez, que un noble emplea alguna fuerza extranjera, con tal de retomar su dominio. — Abrió la puerta, no sin antes volver a verle, son una sonrisa carente de calidez y expresión. — Por el bien de sus propósitos, espero que no estén alineados con los de él, no desearía verle colgada junto a sus hombres por toda la frontera como advertencia. En especial ahora, que, gesta una vida. Comandante. 


Bershka no dijo nada, no sabía si por incertidumbre o malestar, pero ante aquel hombre, sintió lo que creyó olvidado hacia muchísimos años, cuando aún era una esclava en los fosos de pelea. Y eso era miedo, no de las heridas, ni del dolor, sino del mañana, del no saber si tendría la fortaleza para afrontar lo desconocido. Por eso, en cuanto se aseguró que estaba sola, busco un rincón oscuro, donde vomitar. 


Aquella sensación de náuseas no fue la única que invadió a Salomón. Con cada acólito que subía a la tarima, surgía un discurso variopinto de fórmulas, reflexiones y ecuaciones que, por más que intentara comprender, solo aumentaban su confusión. Era como recordar aquel extenso viaje por mar, desde el desierto hasta el continente, cuando tuvo que aprender un idioma completamente nuevo en apenas tres meses. Aquel recuerdo, que le provocaba un dolor de cabeza, resurgía con cada joven que se presentaba ante él. 


Había cosas que jamás habría imaginado: artefactos extraños, como escudos que surgían de una piedra, o fórmulas que, al ser recitadas de cierta manera, desencadenaban resultados asombrosos. Un joven, por ejemplo, pronunció una frase de tres formas distintas y, en cada ocasión, un rayo surgió de sus dedos, variando en intensidad y dirección. El público estallaba en asombro, pero para Salomón, todo aquello era tan extraño y aterrador que prefería apartar la mirada. La magia, para él, era algo que debía temerse, algo que escapaba a su comprensión y que, por lo tanto, lo llenaba de un profundo rechazo. 


Ragnar, en cambio, observaba los actos con una mezcla de indiferencia y desdén. Para quien había vagado por el mundo durante casi una década, la magia no era más que un conjunto de trucos y artimañas. Había visto demasiado como para sorprenderse ante escudos que surgían de piedras o rayos que brotaban de los dedos, o intento de control de los elementos, y después de la tercera presentación de un joven que había “descubierto” una nueva forma de controlar el fuego, solo para terminar con quemaduras y un encantador llevándoselo en medio de un recital de hechizos para sanarlo. La página desde su perspectiva, la magia no residía en esos espectáculos, sino en las runas que doblegaban la voluntad, en las predicciones de los sabios que leían los secretos de la naturaleza y los sueños, y en la voluntad inquebrantable de quienes desafiaban el destino en vez de someterse a él. 


Al ver a los acólitos en la tarima, solo veía a un grupo de necios que se habían rendido ante ilusiones, ignorantes de que, al final, serían consumidos por aquello que pretendían controlar. Para Ragnar, la magia no era algo que debiera admirarse, sino algo que debía dominarse, desafiarse y, si era necesario, doblegarse. Por lo que cada que veía como un agente del Conclave, se alejaba del salón, para seguir a un estudiante, sentía que su trabajo era mucho más fácil, al no tener que estar pendiente de otro posible apostata. 


El último espectador no compartía el temor de Salomón, cada una presentación nueva, ni el desdén de Ragnar. Para Andreus, todo aquello despertaba una curiosidad insaciable, una, que habría considerado extinta luego de tanto. Pero al final, todo aquello solo despertaba una nostalgia de poder comprender, así fuera a grandes rasgos, todo lo que le rodeaba. Podía identificar algunos artefactos usados para tales actos. Desde los talismanes, relicarios, varitas o bastones que se usaban para canalizar la energía desde lo inmaterial, hasta parte de las fórmulas que los acólitos recitaban para generar “hechizos” por medio del uso de la voz.  


Todo aquello, le traía al palacio de su memoria. Las interminables horas con el maestro Edmond, quien se encargaba de enseñarle los dos principios fundamentales: Lo material y el uso de la energía de lo inmaterial. Rememoraba como aquel anciano de más de un siglo de vida, se movía de manera lenta al escribir en pergamino las diversas fórmulas que se utilizaban para desarrollar tales actos. Desde el cómo ciertos elementos físicos o materias, se usaban de canalizador, la cual, gracias a ciertos individuos con una sensibilidad ante el velo o el plano inmaterial, podía usarlos para crear un puente de la energía, desde aquella dimensión a la nuestra, para moldearla y usarla a costa de la voluntad o cordura de este usuario. 


Se esforzaba por entender cada explicación, intentaba comprender hasta el más minúsculo detalle que solían debatir entre los encantadores y los Archimagos, ante las presentaciones. Desde el uso de artefactos para canalizarlo, como el uso de runas o gemas para albergar el exceso de energía para usarlo en otros actos. Intentaba entenderlo, pero igual que los nobles que lo rodeaban, había apartados que por más que intentara acercarse, jamás terminaría de entender. Era un noble, no un acolito o un mago con capacidad para usar dicha fuerza, tan solo un hombre que podía entenderlo.  

 

No lo tomo como una vergüenza, sino como una fortaleza, cada que se acercaba a un noble con tintes de erudito, entandaba una conversación teórica de lo visto, haciendo uso de dicho conocimiento junto con su dialecto ilustre, le granjearon la atención de varios individuos que, con tal de poder saber más, empezaron a recibir invitaciones a sus tierras, a viajes para negociar o conversaciones más íntimas que utilizo para obtener la mayor cantidad de información sobre política, economía o rumores de la nobleza local.  


Para cualquier otro, dicho gesto solo sería una muestra de habilidad de un hombre que solía rodearse de nobles. Aun ante la mirada de sus conocidos que consideraban tal acto social como una muestra de destreza. Había alguien más, que no consideraba eso, el inquisidor observaba cada acto de Andreus desde la distancia, sin presentar el menos atisbo de expresión, lo seguía con una mirada fija en cada uno de sus pasos. Puede que la reacción de posar su mano sobre su espada, fuera un mero gesto, o un acto al ver como aquel noble se acercaba a los Magísteres, quienes, aun centrando su atención a los próximos graduados, no podían evitar verlo de reojo.  


Aunque aquello duro poco, una vez que llego uno de los últimos acólitos. Un joven mago de cabellos desordenados. Piel pálida y ojos cansados, pero con un destello de quien está orgulloso de algo, llevaba una pila de objetos, que acomodo en una mesa que solicito colocar en el centro de la tarima.  No hablo igual que otros, sino que, tomando una tiza y algo similar a una sal de color azul, la coloco en ambos extremos del lugar, antes de tomarse su tiempo para escribir diversos símbolos y signos. Los cuales no parecieron importantes en un inicio, pero una vez que lo hizo tres veces. Una en cada extremo y la última en el centro, los Magísteres habían comenzado a presentar sus dudas, aunque lo ocultaban, se podía evidenciar que algo les incomodada.  


— Mecenas, Nobles, Magus, Magísteres y Encantadores. — El joven hablaba de forma lenta, llegando a temblar al momento que decía cada palabra; pero al notar como las miradas comenzaban a notarlo, su tono fue cambiando a uno apasionado. — Durante mi viaje de investigación. — El acto de tener que recordar la experiencia de investigación, hizo que volviera a temblar. Era sabido que todo estudiante sin excepción debía de emprender un viaje de un año por fuera de la academia, en la cual buscarían recursos, temas y planearían el proyecto que entregarían para ser graduados de la academia. Aquellos provenientes de familias nobles, contarían con su apoyo, pero los que eran como el, que no tenían nada, el tener que recordar lo que padeció, hacia que dudara. — Hubo una pregunta que mantuve presente. A una semana de haber partido de la institución, me encontrada en la frontera con la sierra nevada, ante los reinos del norte y allí fui atacado por una banda de desertores. — Sus ojos se ampliaron y su voz sé quebró. — Sobreviví, porque una chica que pasaba por allí, camino a la aldea, fue vista por ellos. Me dejaron para ir tras ella.  


— Señor Brytha. Le recordamos que este consejo, es para evaluar los resultados de vuestra investigación, no un espacio de oratoria frente a sus experiencias vividas. Lamentamos el suceso, pero si no tiene algo que enseñar, le solicitamos que permita el espacio para otros estudiantes. — El segundo Magister hablo, un señor de tez morena y barba recortada hablaba en tono formal, en la medida que gesticulaba con las manos.  


— Si... sí. —Brytha se detuvo un momento para limpiarse una lagrima que recorría parte de su mejilla. Aun estando despierto, seguía escuchando los gritos de la chica, del como intento escaparse de ellos, pidiéndole ayuda. Pero estaba tan débil, tan herido que prefirió quedarse quieto, intentando repetirse que lo que sucedía no era real, que nada de eso lo había sido, pero por más que se mintiera, era cierto.  — El velo, es mi trabajo. Cuando todo termino, un Shay emergió de los bosques, un hombre de cabellos oscuros y ojos brillantes, él se encargó de ellos, pero para entonces, no había luz en sus ojos.  


— ¡Señor Brytha! — Repitió el magister, ahora, acompañado con los susurros de los nobles quienes comenzaban a dudar de lo que veían. 


— Me preguntaba, ¿Por qué está presente aquella barrera? ¿El velo que separa nuestro mundo y lo que hay más allá? — Ignorando las palabras del docente, continúo hablando, ahora, con mayor sonoridad. — Es un filtro, un guardián que impide que aquello del otro lado se haga presente en el nuestro. A cambio, podemos emplear la energía, el remanente de este. — hizo una pausa, mirando a su audiencia, quienes comenzaban a verlo con nerviosismo. — Su voz me persigue, aun puedo oírla. Demasiado joven, suplicando por un descanso, por una oportunidad para despedirse. Por lo que, no podía dejar de pensar, ¿Qué pasa con las almas que quedan atrapadas en este plano? ¿Qué sucede con aquellas que no pueden cruzar? 


Los magísteres intercambiaron miradas, la preocupación ahora era visible, incluido en gestos de que se preparaban para algo, pero ante ello, el estudiante continuo:  

— He desarrollado un encantamiento que, en teoría, podría crear un puente temporal para guiar las almas hacia el otro lado. Una oportunidad, para quienes no han encontrado descanso.  


Uno de los magísteres intervino.  


— ¡Es demasiado arriesgado! — Alzo la voz, en la medida que señalaba a los guardias que fueran tras él. —El Velo no puede ni debe manipularse así! 


Los guardias alrededor de la tarima se apresuraron a ir tras el joven, entre ellos Salomón, que no fue el primero en actuar, ante lo oído se demoró más en reaccionar, haciendo que sus pasos fueran lentos. Inseguro de si debía acercarse, aunque el deber lo obligo a moverse, busco con la mirada a sus compañeros. Ragnar rápidamente buscaba apartar a los nobles, y Andreus se apresuró a ponerse cerca de los magísteres. Pero el estudiante, impulsado por su deseo, pudo ver a la chica ante él, sonriéndole por lo que haría, agradeciéndole por su esfuerzo. 


Ante ese animo a la par que deseoso de probar su teoría, activo el hechizo. Empleando un pequeño espejo que roto de la mesa, junto con un poco de su sangre y unas palabras en un lenguaje desconocido. Proyecto un rayo desde su posición que llego a los tres puntos de los símbolos que había dejado, los cuales brillaron en un tono morado antes de pasar a uno verdoso, originando un fuerte chillido, seguido de un viento gélido.  

 

Las columnas al rededor del teatro vibraron, el aire se llenó de un olor a hierro que acto seguido paso a un olor a sangre. Desde a base hasta el techo, las columnas parecieron moverse, pero proyectaron una extraña aura que las hacia tambalear, que termino en un rayo enlazado directamente con los glifos del portal. — ¡Los sellos! —Grito uno de los magísteres en lo que señalaba los símbolos de las columnas, que absorbían los residuos de la magia, para luego distribuirla por la academia, para evitar una acumulación en una sola zona y que fuera usada de catalizador, se sintió confiado al verlos, pero en cuanto las palabras de tonos azules pasaron a negras, la confianza paso a terror. — ¡No! ¡¿Qué hiciste?! —  


El estudiante no respondió, tampoco reacciono a lo que sucedía a su alrededor. Su mirada se encontraba perdida en el velo. Un portal del tamaño de una persona, del cual se hizo tan grande como la propia tarima. A sus alrededores, múltiples rayos de tonos azules hicieron que los soldados se apartaran. El mismo velo, solo presentaba una imagen borrosa, un aura verdosa emergía del mismo. Pero ante él, era un mundo completamente distinto. Podía ver formas, colores, seres y cosas que, para un hombre normal, le serian imposibles de comprender, pero ante su persona, lo alentaba a acercarse. En especial cuando la vio, era la misma joven del camino, pero ahora era un espectro de tonos azules, se le veía con un vestido que cubría todo su cuerpo, su cabello ondulaba a su paso y rostro de un azul espectral, se veía tan tranquilo, de quien ha encontrado la paz.  


Ella le extendió la mano, sin decir nada. Guiado ante su imagen, solo se acercó para tomarla, era fría al tacto, pero no la retiro. Estaba tan cautivado, que solo le hablo con la calma de quien habla con un viajo amigo. Le conto las noches que paso investigando el cielo; los días que debió de sumergirse en antiguas ruinas en busca de aprender sobre en velo; en cuantas ciudades, pueblos y regiones había viajado en busca de archivos que le dieran las respuestas a cada pregunta. Aun cuando deseo rendirse, sabía que ella estaba ahí, aguardando, acompañándolo. Por eso, antes de dar un paso más, observo a su al rededor, en especial aquel hombre que le había dado las herramientas, agradeciéndole por lo que había hecho.  


Magnarius palideció, balbuceo y dio un paso atrás, los demás magísteres no se habían percatado de aquella mirada. Todos se habían dispersado, algunos junto con los encantadores, guiando a los estudiantes a la salida, otros a los hombres y unos cuantos, intentaban contener el exceso de magia que se empleaba para mantener el portal abierto. Todos ellos iban de un lado al otro, haciendo caso omiso a los gritos, miedos e insultos que emergían de todos lados ante el temor. Pero quien dio un paso adelante, fue el inquisidor Cassian, quien, desenvainando su espada, la enterró en el suelo, antes de dar la orden de que todo aquel que estuviera cerca, se parara detrás de él.  


Tanto nobles, como docentes, estudiantes y magísteres, fueron detrás del inquisidor, en cuanto las columnas comenzaron a derrumbarse, bloqueando las salidas a medida que el piso temblaba. Cassian apretó la empuñadura de su espada, antes de recitar unas palabras inaudibles, de las cuales hicieron que la joya que decoraba su guante brillara, y en un solo movimiento empleo la espada para catalizar su voluntad.  

 

Ante el hasta sus alrededores, una cúpula de tonos oscuros lo cubrieron, originando un escudo a su alrededor. Dejando atrás a unos cuantos estudiantes que, al intentar entrar, fueron rechazados, antes de que partes de la estructura, cayera sobre ellos. Salomón dio un paso atrás al ver los cuerpos, incapaz de comprender lo que veía, quiso gritar, huir, pero fue en vano, tan solo pudo quedarse de pie, observando lo que sucedía a su al rededor. Y aquel miedo aumento, cuando el espectro guio el rostro del estudiante ante ella, y en un beso, consumió su vida, marchitando su piel, agrietándola en tonos grises, antes de que comenzara a desaparecer en ceniza.  


Ella sonrió al hacerlo, haciendo que aquella sonrisa se ensanchara hasta pasar de un tono azul a uno grisáceo, materializando su cuerpo en el plano material. Pronto se fue deformando, donde había sus brazos, se encontraron garras, su cuerpo paso de ser etéreo a una cola de serpiente y sus cabellos similares a los de múltiples víboras, junto con sus ojos brillantes. — ¡Salomón, atrás! — Grito Ragnar acercándose al errante, quien paso del miedo absoluto a la nada, al no entender la criatura que estaba ante él. Su mente termino bloqueándose, haciendo que los gritos de los soldados que huían del ser, de los rayos que viajaban a lo largo del lugar, impactando a unos cuantos para convertirlos en estatuas cenicientas; originando un olor a sangre y carne entrelazada con azufre, fue, como si todo aquello no existiera. La criatura puso su mirada ante el errante y moviendo su cuerpo serpenteante, se abalanzo sobre este. 


Ragnar no lo dudo, corrió a lo largo del lugar, evitando los rayos del portal, ocultándose detrás de las columnas y empleado las estatuas de carne para cubrirse de los ataques. Aunque sus restos empapaban su ropa y quebraban parte de su piel, siguió avanzando hasta estar a una distancia segura, momento en que se lanzó hacia él, empujándolo fuera del camino, cuando la criatura lo atacó. Ambos cayeron sobre el suelo, dando algunos tumbos hasta detenerse ante una pared que detuvo su camino. 


Salomón reacciono lentamente, al sostener a Ragnar, quien, con una mirada perdida, primero escupió sangre antes de llevar su mano hasta la herida de su costado, de la cual, emanaba un olor corrosivo. Salomón intento sostuvo a Ragnar con cuidado, llevándolo ante su pecho, observando como la criatura, incapaz de haber probado su carne, fue tras otro soldado, atravesándolo con sus garras antes de partirlo a la mitad con su fuerza, desparramando sus órganos y pintando los alrededores con su sangre, antes de ir tras otros.  


— ¡Ragnar! — Grito Andreus al ver como salomón sostenía a su hermano. Apartando a los pocos soldados que aun había a sus al redor, hizo lo posible por acercarse a la tarima, solo para ser detenido por Bershka, quien lo aparto justo antes de que un rayo impactara en su posición.  


— ¡Apártate! — Andreus empujo a Bershka, en cuanto estuvieron detrás de una de las columnas. — ¡Debo de ir por el! ¡Debo de ir por mi hermano!  


— ¡¿Y hacer que te maten igual que a los otros?! — Bershka tomo a andreus de la cabeza, antes de señalarle las múltiples estatuas de carne, con expresiones de terror y confusión, que los rodeaban. Los pocos soldados que aún se mantenían de pie, intentaban apartar a la criatura de los estudiantes que intentaban huir, pero sin un lugar visible, solo corrían de un lado al otro. — Siempre te jactas de ser racional, cuando eres emocional. 


— ¿Que? —Andreus parpadeo un par de veces, en lo que hacía lo posible por calmar su respiración.  


— Necesito al bastardo que nos ha guiado a la grandeza por su inteligencia, no otro soldado leal a sus valores. Si quieres salvar a tu hermano, asegúrate de que salgamos vivos de esto.  


Andreus dejo salir un suspiro, en lo que volvía a ver aquello que los rodeaba. La criatura seguía consumiendo a cuantos podía. También el cómo los magísteres y encantadores intentaban pasar la barrera del inquisidor, pero este se mantenía firme en su posición, observando cuanto los rodeaba con silencio. Llegado él puso, que uno de los encantadores, una mujer de edad, con cabellos con tonos brillantes, se paró ante él y le apunto con una varita.  


— Mis estudiantes se encuentran allá afuera. Déjenos salir, no aceptare más muertes de las que hemos visto.  


—  Haland, no lo hagas. — Un Magister, de apariencia joven y barba de chivo, se interpuso entre ambos. — Amenazar a un inquisidor, no es la solución. No queremos otra purga en la academia, aun recuerdas esos tiempos.  


— Son nuestros estudiantes Guiller, ¿Estas dispuestos a dejarlos morir, sin siquiera haber intentado algo? 


— Aunque te permitiera la salida. — Cassian aparto al Magister Guiller a un lado. — La barrera que evita que el deimos nos ataque, desaparecerá de igual modo. ¿Cuántos encantadores quedáis? ¿Cinco de los diez que había inicialmente? ¿Y los estudiantes que hay aquí? Veinte de cincuenta inicialmente, junto con los diversos representantes de las casas nobles y los soldados, ¿Y ustedes magísteres?, los más grandes representantes de la academia, reducidos a esto. Individuos heridos, asustados e incapaces de aceptar lo que ha sucedido, por vuestra codicia. Ahora usted maestra ¿Sacrificarías cuarenta y cinco vidas a cambio de apenas unos pocos?  


Haland apretó los labios ante las palabras de aquel hombre. Solo con una mirada, observo como los pocos que aún no estaban aterrados, inconscientes o llorando, apenas podían ponerse de pie. Ella solo insulto antes de apartarse: — ¿Qué es lo que sugiere? 


— Esperar. — Las palabras de Cassian, solo hicieron que todos lo vieran con una mezcla de confusión. — El hechizo de vuestro estudiante, funcionaba por emplear la remanencia de las anteriores presentaciones, cómo catalizador para alimentar el portal. En cuanto ese exceso de energía se agote, el portal se cerrará y la criatura dejara de adquirir poder. Solo ahí, solo en ese entonces, se podrá matar. 


— Usted no sabe cuánto tiempo tomaría eso. Podría ser en un par de minutos, o horas incluso, ¿Sacrificaría a los alumnos y soldados que aún están ahí, por eso? — Dardan se acercó a ellos, podía observarse como tenía restos de sangre en su túnica.  


— ¿Y ustedes? — Con sus últimas palabras, los presentes apartaron la mirada, incapaces de aceptar lo que decía. Aunque poco importo, cuando el Deimos tomo a uno de los estudiantes y lo lanzo con tal fuerza contra la barrera, que lo poco que quedo, se deslizo por la barrera.  

En un momento, los gritos que resonaban tal como una orquesta se apagaron con el tiempo, terminando más en un momento individual, a medida que el Deimos recorría el salón de un lado al otros, atrapando a quienes sus escondites eran en vano. Momentos que eran aprovechados por los pocos supervivientes para correr en otra dirección. El suelo de mármol ahora era una laguna de sangre y ceniza. Ante todo, ello, salomón seguía sosteniendo a Ragnar en sus brazos, seguía  


— Protégelos. — Recito Ragnar en un tono de molestia. — Toda la vida luchando, para morir así. — Se sentía frustrado, amargado, no por la herida que dolía, ni por la fatiga de sus músculos, tampoco de los olores que lo envolvían. Nada de eso le afectaba ni originaba mayor frustración, que la idea de morir así — Protégelos. — Volvió a hablar, pero ahora, tomando al errante de la barba y acercándolo a su rostro.   


Salomón lo miro extrañado, como si aquello que tuviera entre brazos, no fuera su hermano, tampoco un individuo, sino algo tan lejano, que era inexistente. Quería creer eso, que todo lo que le rodeaba, no era verdadero, solo una pesadilla distante de la cual despertaría. No era le primera vez que enfrentaban a lo desconocido, pero en esos momentos, siempre había estado acompañado, ahora, se sentía solo. No estaba Andreus para dictar ordenes, tampoco Bershka para guiar en los momentos, ni Ragnar para acompañarlo. Estaba solo, en un campo desconocido, y lo único que quería, era distanciarse de eso.  


Solo volvió en sí, cuando Ragnar volvió a escupir sangre, ahora manchándole el rostro al errante. Quien se desabrocho la capa, para ponérsela debajo de la cabeza, evitando que el frio y la sangre del suelo le empapara. Ragnar respiraba pesadamente, ante una herida verdosa que parecía extenderse. Salomón no estuvo seguro de que hacer, por eso las palabras de Ragnar, fueron su guía: — Promételo. Igual que lo hiciste antes. — Salomón solo asintió, recordando la imagen de hace meses, de aquellas cavernas en los acantilados, cuando la muerte parecía haber susurrado sus nombres, anunciando su fin, solo para haberla eludido.  


Volvió tras sus pasos, ahora en los bosques de Morven. Adentrándose en las antiguas ruinas, empleado la espada como único contacto de la realidad ante la oscuridad. Con cada paso que dio, se acercó hasta el Deimos, la cual al observarlo sintió intriga al no verlo aterrorizado. Aunque mente no lo demostrara, su cuerpo si, puesto que aquel liquido cálido que recorría sus muslos, le recordaba que no era un sueño, pero ante su visión, era una pesadilla, un cuento de terror que le contaba el anciano Ashax a dormir cuando se portaba mal. Por ello y siguiendo su recuerdo, aventuro contra la criatura.  


Bershka dudo al verlo caminar, seguido de Andreus, quien danzando entre la imagen de su hermano y del errante que caminaba ante la criatura, hizo lo posible por no atribuirle mayores razones que no fuera la locura. Al tomar la oportunidad, le grito a los contados estudiantes que aún no habían muerto, para que lo siguieran. Dando una sola orden: — ¡Los sellos!  — Señalo a las runas que aún se sostenían en los dos pilares. — No solo pueden alimentar el portal. Empléenlos. — Ante la orden, los estudiantes lo siguieron como soldados, usaron sus varitas para acercarse a las dos torres y lanzando un conjuro, comenzaron a tomar parte de la energía para sí mismos, para después lanzarla contra el portal. Ahora no en un sentido de apertura, sino de cierre. 


— No será suficiente. No están capacitados para lidiar con ello. — Afirmo Bershka, en lo que empleaba una daga, para cortar parte del vestido, con la intención de poder moverse con mayor libertad. Aunque en el fondo, refunfuñaba el tener que desprenderse de los pocos vestidos que aún conservaba de aquellos días de nobleza. 


— Por eso, deberemos de ocuparnos de los glifos. — Observó los destellos que emergían de los tres sellos. — Si emplea el concepto de triada para sostener el portal, con que ocuparnos de los extremos, se desestabilizara.  


— ¿Cómo estas tan seguro de eso? — Bershka lo miro con extrañeza. Aunque quería haberle preguntado de donde sabia eso, tuvo que aceptar lo poco que le dio. 


— No es la primera vez, que lidio con algo así. — Haciendo gala de una seguridad frívola, le señalo el lado derecho de la tarima. — No empleo metales para dibujarlos ni añadidos, con cubrirlos, borrarlos o mover algo, será suficiente para que haga efecto.  


— ¿Qué piensas hacer?  


Andreus negó con la cabeza, antes de tomar la maza, y correr al otro extremo del salón. Usando las columnas para cubrirse de los rayos que solían emerger cada tanto, siendo uno de ellos, los cuales impacto de un caótico, evaporándolo en una lluvia rojiza de sangre. Haciendo que su compañero soltara un grito ante eso. Siendo suficiente para llamar la atención del Deimos. Pero salomón se lo impidió, con espada en mano salto al costado de la criatura, evadiendo un golpe de su cola, momento en el que encontró en los restos de un cadáver, el escudo que había presentado uno de los estudiantes. Por un segundo dudo en emplear algo que desconocía, pero cuando la cola volvió a atacar, tomo el brazalete que envolvió en su brazo antes de golpear la runa con la joya incrustada, haciendo que el golpe fuera resistido por un capo energético, suficiente para evitar que cayera, pero si para sentir como su brazo terminaba bajando ante el dolor.  


Tomo el momento para avanzar, espero hasta que la cola volviera a bajar, y con un tajo, cortándole la punta. El Deimos soltó un aullido gutural, con tanta fuerza que termino llevando ambas manos hasta sus oídos en un intento de no sentir como le explotaban. En lo que la criatura chillaba, Bershka había llegado hasta la tarima, encontrándose como varios rayos emergían del glifo en dirección al portal. Era un patrón que le recordaba al cielo nocturno, en una arena oscurecida, emergían diversas piedras que brillaban de forma destellante, y a su al rededor, formas que considero que eran letras.  

Arqueo la ceja al no estar segura de que hacer, por lo que, al momento de acercarse, uno de los rayos, de menor tamaño, le impacto. Haciendo que gritara ante el dolor, de forma que lo asimilo como si sintiera mil cortadas minúsculas en su pierna. Fue tanto, que una lagrima emergió, se mordió la lengua y sumándose en la ira que sintió. Busco a su alrededor cualquier cosa que le sirviera, encontrando una pierna de algún guardia caído, la apuñalo con la cimitarra y la lanzo ante el glifo. Primero un sonido a carne cocinándose, apareció, luego un crujido y por último una explosión de la misma extremidad. El portal tambaleo y una ráfaga de rayos volvió a emerger, siendo uno de ellos, que impacto en el techo con tanta fuerza, que parte de este mismo, termino cayendo sobre el salón.  


Ante los ojos del inquisidor, cada acto era inusual. Analizaba la forma en que se movían ellos tres. Salomón no atacaba de inmediato al Deimos, aun cuando su expresión denotaba fatiga y un dolor que sugería la posibilidad de tener una extremidad rota. A pesar de ello, seguía resistiendo cada embestida del ser. Luego, observaba a Bershka, quien, ante la incertidumbre, avanzaba contra los rayos, buscando una solución inmediata a un problema que parecía incontrolable. Pero lo que más le interesaba era la forma en que Andreus dirigía a los alumnos como piezas de un regicidio. Desde recordarles cómo debían desviar los rayos hasta insistir en que continuaran redirigiendo la energía, Andreus demostraba un conocimiento profundo, a pesar de carecer de capacidad mágica. Aunque no mostraba emoción alguna, quienes lo rodeaban podían notar el leve gesto con el que apretaba la empuñadura de su espada. 


Le tomó más tiempo del que habría esperado, pero sintió alivio cuando la runa que emitía una energía negra comenzó a cambiar a un tono azul. El estudiante sonrió con alegría al darse cuenta de que había logrado drenar el exceso de energía acumulada en la runa. Al ver el portal, notó cómo este empezaba a destellar, una señal clara de su debilidad. Ese gesto tan simple les infundió una esperanza renovada: la pesadilla terminaría pronto, y volverían a la rutina de la biblioteca, a comer en los grandes salones y a practicar magia en las diversas aulas. Mientras corría, el estudiante recordó cada uno de esos momentos, y al mirar a su compañera, quien no entendía del todo su alegría, sintió confianza al ver el brillo en sus ojos. Ambos se tomaron de la mano y se dirigieron hacia la última columna en pie. 


Corrieron con toda la fortaleza que les quedaba, sus cuerpos maltrechos pero decididos. Estaban a pocos pasos de lograrlo. Deseaban ser los héroes de esta historia, aquellos que conquistarían la incertidumbre. Pero fue en vano. El Deimos reapareció de repente, y esta vez tomó a Salomón y lo lanzó contra los dos estudiantes, derribándolos como si fueran árboles ante un leñador. Los tres cayeron al suelo, y la risa se convirtió en un grito ahogado, seguido de una falta de aire cuando la criatura se abalanzó sobre ellos. 


— ¡Corran! —gritó Salomón, resistiendo el ataque del Deimos. La criatura lanzó un primer golpe con sus garras, pero el escudo inmaterial lo resistió. Sin embargo, un segundo golpe hizo que el errante retrocediera, tambaleándose. Los estudiantes intentaron levantarse de nuevo, corriendo con dificultad entre las estatuas de carne petrificada. 


Salomón habría aceptado quedarse en ese momento, aguardando a que los demás escaparan. No le encontraba sentido comenzar a arrepentirse si moría de esa manera. Con gusto daría su vida si, al final de esta historia, sería recordado como uno de esos héroes de los cuentos que le narraban de niño. Pero esa ilusión, como tantas otras, se desvaneció en el instante en que la criatura lo apartó con otro golpe atronador.  


Pudo observar cómo el Deimos se dirigía hacia los estudiantes, pero se detuvo al notar que Andreus había llegado al otro extremo de la tarima, un lugar al que Bershka no había podido acceder debido a los rayos que emergían sin orden ni control, dejándola atrapada detrás de los restos de una columna. Andreus lo sabía, y por eso, cuando llegó, usó el escudo de lo que quedaba de un soldado para subir las escaleras. Pero con cada rayo que impactaba, la madera comenzaba a arder, y pronto sería inservible. Por eso, sus palabras hicieron que Salomón deseara no haberlas oído. 


— ¡Salomón! ¡Te necesito! —gritó Andreus, su voz desgarrada por la desesperación, cortando el aire cargado de magia y caos. 


El errante lo entendió. Si aún respiraba, si aún podía moverse, era gracias al artefacto que llevaba en su brazo: una runa que canalizaba la energía del inmaterium, creando un escudo que lo protegía de los embates del Deimos. Pero la runa se desmoronaba, sus grietas brillaban con un resplandor agonizante, ante ello, sabía que no duraría mucho más. Miró a su hermano, luego a los estudiantes, quienes, con rostros pálidos y manos temblorosas, lanzaban encantamientos contra la criatura. Sus hechizos, débiles y mal dirigidos, no hacían más que enfurecer al Deimos, cuyos rugidos resonaban como truenos en el salón. 


Escupió al suelo, una mezcla de sangre y saliva, antes de dar un paso, luego otro. Su cuerpo en represaría, era una viva imagen de lo que sentía: moretones, cortes y quemaduras que ardían con cada movimiento. Pero no podía rendirse, al menos, aun no, llegaba a repetirse. Con un gruñido que brotó desde lo más profundo de su ser, arrancó la runa de su brazo. La energía del inmaterium, liberada de repente, le quemó parte de la palma de la mano, pero el dolor junto al coro doliente de su cuerpo, solo aumento. Ante ello, solo pensó en lo que importaba. No solo en  Andreus, los estudiantes o directivos. Sino en la posibilidad de cerrar ese maldito portal. 


— ¡Andreus! —rugió Salomón, lanzando la runa hacia su hermano con un movimiento brusco. 


El imperial extendió la mano izquierda, atrapando la runa en el aire justo cuando lo que quedaba de su escudo se desintegraba en una lluvia de chispas. La runa brilló con un fulgor azulado al activarse, protegiéndolo de un último rayo que lo hizo retroceder, pero no lo derribó. Con un movimiento rápido, casi instintivo, Andreus lanzó su maza hacia el glifo que brillaba en el suelo. El impacto fue ensordecedor: una explosión de energía que impulsó la maza hasta clavarse en mitad del salón, destrozando el glifo en el proceso. 


El portal, que ya tambaleaba como una vela al viento, comenzó a cerrarse. El Deimos, sintiendo que su conexión con el plano material se desvanecía, dejó de perseguir a los estudiantes y se giró hacia la tarima. Sus ojos, de un azul tan oscuro que parecía absorber la luz, se clavaron en Salomón. En un instante, la criatura lo tomó con sus garras, levantándolo como si fuera un juguete. Salomón sintió el frío de la muerte en su piel, un frío que no provenía del aire, sino de algo más profundo, más antiguo. Los ojos del Deimos lo atravesaron, y en ellos vio algo que lo heló hasta el alma: un vacío infinito, un abismo que prometía consumirlo por completo. 


El dolor fue insoportable. Gritó, un sonido desgarrador que resonó en todo el salón, quebrando su voluntad una y mil veces. Pero ese breve instante de valentía fue suficiente. El portal se cerró por completo, y el Deimos, al sentir que su conexión con el plano material se desvanecía, soltó a Salomón. El cuerpo del errante cayó al suelo como un saco de huesos, mientras la criatura comenzaba a desintegrarse, arrastrada de vuelta al inmaterium en un remolino de ceniza y sombras. 

 

— ¡Ahora! —gritó Haland, la encantadora, levantando su varita con una determinación feroz. Los magos, siguiendo su liderazgo, lanzaron una lluvia de hechizos contra el Deimos. La criatura, ya debilitada, intentó luchar, pero solo fue acorralada. Sus chillidos de dolor llenaron el aire, mientras los hechizos lo golpeaban una y otra vez. En un último intento desesperado, se abalanzó hacia el inquisidor Cassian, percibiendo en él la energía suficiente para mantenerse en el mundo material. Pero el inquisidor, con su calma muerta, actuó esquivando el ataque con un movimiento ágil y, en un giro preciso, decapitó a la criatura con un tajo limpio de su espada. 


El cuerpo del Deimos se desvaneció en una nube de ceniza, y el silencio cayó sobre el salón. Salomón yacía en el suelo, respirando con dificultad, mientras un humo de tono azul salía de su cuerpo, como si su propia esencia se estuviera escapando. Andreus, jadeando, corrió hacia Ragnar, quien yacía inconsciente, con una herida profunda en el costado. Bershka, emergiendo de detrás de los escombros, caminó con dificultad hacia los estudiantes, ayudándolos a levantarse mientras les hablaba con una voz firme, aunque temblorosa. 


El inquisidor Cassian observó la escena con una expresión impasible. Sus ojos grises, fríos como el acero, se posaron en Salomón, en sus heridas que parecían imposibles de sanar. Por un instante, algo brilló en su mirada: Pero quien lo observara, se preguntó si era un gesto de respeto, cautela o indiferencia. Nadie lo supo. Y sin decir una palabra, dio media vuelta y se alejó del salón, su capa negra ondeando tras él. 


Primero fue un silencio sepulcral, roto solo por los gemidos de los heridos. Luego, los gritos de alivio y las órdenes apresuradas de las figuras de autoridad que aún quedaban en pie. Estudiantes, magos y nobles se movían como sombras entre los escombros, algunos llorando, otros maldiciendo, otros simplemente en shock. Los encantadores, dirigidos por Haland, recorrían el salón, lanzando hechizos para estabilizar a los heridos y contener el caos. 


Pero en medio de todo aquello, la única que se atrevió a acercarse a Salomón fue Haland en cuanto le dio las órdenes a otros encantadores de controlar lo sucedido. Se arrodilló junto a él, posando su mano sobre su pecho. Un aura rojiza emanó de sus dedos, y comenzó a recitar una plegaria en voz baja, sus palabras entretejidas con la magia de sanación. Observó con atención el rostro de Salomón, marcado por heridas que se cerraban lentamente, pero lo que más la aterró fueron sus ojos. El tono carmesí que siempre los había caracterizado había desaparecido, reemplazado por un azul inmaterial, como si su alma estuviera debilitándose, desvaneciéndose. 


Andreus, sentado en el suelo con Ragnar en sus brazos, observaba la escena con una mezcla de alivio y temor. Sentía la respiración débil de su hermano, el peso de su cuerpo inerte, y supo que no podía perderlo. No otra vez. Bershka, mientras tanto, recorría el salón con la mirada. Lo que alguna vez había sido un lugar de mármol pulido, joyas relucientes y un aura mágica de conocimiento, ahora era un campo de batalla cubierto de sangre, cenizas y estatuas cenicientas. El olor a carne quemada y azufre se entrelazaba en el aire, un recordatorio sombrío de lo que habían perdido. 

 

El tiempo pareció detenerse en ese momento, pero la realidad pronto se impuso. Tiempo después, el Cónclave enviaría a sus agentes a supervisar cada aula, cada rincón de la academia. Los estudiantes serían interrogados, los docentes investigados, y los parámetros de la magia revisados con una rigurosidad sin precedentes. Muchos abandonarían sus estudios, regresando a pueblos y ciudades donde serían tratados como parias. Otros, los más desesperados, se convertirían en apóstatas, cazados sin piedad por los agentes del Cónclave. 


Los Magísteres, los encantadores y los docentes no tuvieron tanta suerte. Llevados a juicio por permitir una transgresión al Velo de semejante magnitud, fueron acusados de rebelión. Los juicios duraron semanas, y los castigos fueron severos. Los implicados en proporcionar al estudiante los artefactos y conocimientos necesarios para su experimento fueron ejecutados, no sin antes ser torturados en busca de respuestas. La investigación llevó a la captura de varios apóstatas, quienes habían guiado al estudiante a ruinas prohibidas y le habían dado las herramientas para su locura. Cada uno de ellos fue ejecutado, sus nombres borrados de los registros. 


Pero entre los rumores y los susurros a puerta cerrada, una figura permanecía en la sombra: el verdadero responsable de orquestar todo aquello. Quien, después de dos meses de huir por caminos polvorientos y bosques sombríos, creyó encontrar refugio al abordar un viejo navío llamado La Sirena Viuda, que partía hacia Poviss y Kior. Allí, ante un capitán de rostro quemado y un solo ojo brillante, entregó las últimas riquezas que le quedaban a cambio de un pasaje seguro. El viejo capitán, con una sonrisa torcida, aceptó el trato y dio la orden de subir a bordo. 


Creyó que todo terminaría pronto, una vez que entro al camarote, dejando caer las cosas antes de sentarse en la cama. Ahí, ante el silencio de la marea, saco un relicario de su pecho, el cual, al abrirlo, enseñaba la imagen de una joven. — Lo siento. — Hablo el anciano, bajando la capucha de su túnica. El reflejo le enseño un rostro agotado, una barba descuidada y unos ojos apagados. Todo ello, solo origino que sintiera desdicha, al recordar todo lo sucedido.  


— Es muy tarde para arrepentirse. Magister Magnariuos de Orton.  


El anciano cerro el relicario antes de buscar su varita, pero al apuntar, primero se encontró con una cimitarra apuntando su garganta. Bershka lo observaba con unos ojos distantes, haciendo que sintiera miedo ante la mujer. A su lado, se encontraba Andreus, quien había adelgazado un tanto, su cabello y barba habían crecido, pero aun mantenía la misma apariencia imperial con la cual lo recordaba. El hombre recorrió la sala hasta tomar una silla y sentarse ante el hombre. 


— Nunca suelo hacer esto, ¿Sabe? Siempre me ocupo que sea otro. Pero por usted, hare una excepción. — Andreus le hizo una seña a la capitana para que cerrara la puerta, lo cual al hacerlo. Fue aprovechado por el anciano, quien, al intentar lanzar un hechizo, termino haciendo el efecto contrario, su varita comenzó a arder brevemente antes de que la soltara. — Dele las gracias a Adburh y a Raffin. Fueron muy amables de enseñarnos cuales eran las medidas que usaban para evitar el uso de encantamientos, entre ellos, la aleación de Demerita, la cual impide la transferencia de energía del velo o la empliación de la misma. 


Magnarius apretó los dientes al pensar en la pareja de estudiantes. La misma que había ayudado a sus ahora captores a salvar la tarima, la misma que fue auxiliada por el gigante de barba rojiza. Quiso decir algo, pero fue cayado en cuanto Bershka lo golpeo con la empuñadura de su cimitarra, haciendo que cayera a un lado de la cama. Soltó un gemido de dolor, pero, aun así, fue impedido para hablar, en el momento que volvió a sentir la hoja en su cuello. 


— Eso, no se compara con lo que paso en ese salón. Ni en lo más mínimo. — Andreus paso una mano por su barba, antes de acomodarse sobre la silla. — En cuanto optaste por huir en medio de la reconstrucción de la academia, me tome la molestia de investigar a cada una de las familias nobles, a cada uno de los fallecidos. Quería entender, por qué un Magister había dado a un estudiante tan inestable las herramientas para un conjuro así, ni los más altos Archimagus se atreverían a hacer algo semejante. — Hizo una pausa, para sacar algo de su cinto, un pequeño colgante en forma de circulo con una cruz en el centro, el emblema del Hacedor. — Nunca se trató de poder, ni de venganza, era tristeza. ¿Ella falleció en Umbraen, cierto? 


La mención de aquella región hizo que el Magister lo observara con una mezcla de odio y temor, una, que el imperial conocía muy bien.  


— La ciudad de Orton, fue la primera en ser saqueada durante el intento de independencia. A nadie le intereso, pero en cuanto llegaron los rebeldes a la capital, ahí fue cuando empezó la guerra. Nunca prestaron atención a vuestras advertencias, y aquí estamos, casi veinte años después, para darnos cuenta de que no lo volverán a hacer. 


— ¿Qué quieres de mí? 


— Tu muerte. Pero eso no me servirá, no. Te obligare a que sirvas, a que continúes viviendo. 

El Magister observo a Andreus, luego a Bershka, con duda, incapaz de comprender las palabras de aquel hombre, quien, ante su duda, volvió a tomar la palabra. 


— No me quedan muchos familiares. El que tu ambición por volver a traer a tu hija a nuestra tierra casi costara la muerte de mi hermano, es algo que no podre perdonar. Todos los días entrena sin descanso, pero sufre de pesadillas en las noches, incapaz de dormir. Salomón en cambio, debe ser encadenado a la cama, cada que cae el sol, ante sus gritos y ataques por lo que sea que haya visto. Podría citar a los estudiantes que murieron durante el ataque del Demonio, por los soldados que lucharon o los nobles que maldijeron, pero, ya lo sabias, ¿No? 


—Brytha lo sabía. — El anciano se sentó don cuidado sobre la cama, entrecruzando los dedos al hablar. — Se acerco a mí una semana después de que lo salvara el Shay, atormentado por la aparición de la chica. Cada día le pedía ayuda, lo seguía sin descanso y las visiones se hicieron presentes. Debería de haberlo reportado, pero cuando se acercó a mí, con la teoría de abrir un reflejo al velo, lo escuche.  


Trago saliva al hacerlo, dudo en hablar, pero en cuanto Bershka enfundo su espada para tomar distancia, sintió que podía continuar, aunque ante la mirada de ambos, sintió que, no debida, pero llegado a ese momento, no tenía nada más: — Él no quería traerlos a nuestro plano material, solo darles la invitación para despedirse. Pero su mente estaba rota, sus emociones se entrelazaron con su deseo, no me di cuenta de que se había enamorado del espectro y el Deimos lo tomo como catalizador. En algún momento, la joven fue consumida por la criatura y la empleo para acercarse. 


Andreus lo detuvo con un gesto. No estaba seguro de que tan cierto, era la teoría de que las propias emociones de un mago al lanzar un hechizo podían cambiar un encantamiento o invocación, siempre había puesto en duda, la teoría de que los Demonios existieran y usaran las emociones para catalizar sus energías. Pero ahora, luego de presenciarlo, acepto lo sucedido. 


— Querías despedirte de tu hija. 


— ¿No lo haría cualquiera que extrañara a quien más amo? Perdí a mi esposa antes de su nacimiento. Era todo lo que tenía, desde que se levantaba hasta que se dormía, siempre era curiosa, siempre preguntando y aprendiendo. Cuando se acercaron los rebeldes, le dije que la cuidaría, pero no pude, no era aprobado por el imperio, ante la más leve sospecha de magia, me habrían capturado y ejecutado o mandado a las minas de servidores, no lo hice. — El hombre cerro los ojos y sostuvo el relicario con fuerza. — Yo solo... yo. 


— Lo sientes.  — Andreus se puso de pie, colocando su mano sobre el hombro del anciano, quien, al verlo, sintió miedo. — Pero ahora, estas a mi disposición. El colegio busca a un responsable, el conclave ha enviado a sus perros de caza tras el hombre que le dio acceso a un estudiante ante tales conocimientos. Si pude encontrarte, ellos también.  


El Magister, ahora desprovisto de magia alguna, y de fortaleza para replicar, se encontraba fatigado, desando el descanso. Pero ante aquel hombre que le extendió la mano, un sentimiento de inseguridad lo invadió. Se había preguntado durante estos meses de huida, en qué momento todo había comenzado a salir mal, en qué momento las teorías o lugares que el joven Brytha había mencionado, comenzaron a ser tan llamativas. Lugares de los que nunca había oído, textos que aparecieron de la mismísima nada, los cuales hicieron que sus exestudiantes, por los cuales velaba y hablaba, fueron los mismos que lo incitaron a prestar su apoyo. Y ahí estaba él. Quien había señalado los lugares donde buscar, los textos que adquirir y las teorías que comprobar. Consideraba que ese logro era suyo, pero la realidad era otra, era tan solo, el plan de otro hombre, del cual había caído. El viejo magister palideció al darse cuenta, acto que en la sonrisa que emergió de Andreus, solo le hizo sentirse pequeño. 


—¿Qué quieres de mí? —preguntó de nuevo, su voz ahora un susurro. 


—Tu investigación —respondió Andreus, con indiferencia—. Tenemos trabajo que hacer, y no podemos perder más tiempo. 


Con un gesto de Andreus, Bershka cerró la puerta del camarote. Lo que vendría a continuación requería la más absoluta privacidad. Los gritos que emergieron esa noche no fueron escuchados por nadie más que los muros del viejo navío. 



 
 
 

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