Interludio: Un espacio para preguntas
- Ciaran. D'ruiz
- 11 ene
- 7 Min. de lectura
El aroma del estofado de cordero llegó antes que la mesera, una mujer de mediana edad con mejillas sonrosadas que depositó los cuencos humeantes frente a ellos con un gesto maternal. El pan recién horneado, dorado y crujiente, desprendía un aroma que hizo que el estómago de Lyssa protestara de nuevo. La joven tomó un trozo con avidez, saboreando la corteza crujiente mientras observaba a su acompañante.
Salomón miro el caldo con poco interés a medida que lo revolvía con la cuchara. Por lo que solicito más cerveza antes de siquiera probar la comida. El silencio entre ellos se había vuelto más denso, a medida que comían. O, mejor dicho, la trovadora comía ávidamente hasta llegado el punto de chuparse los dedos. Una actitud que poco hizo reaccionar al mercenario, quien solo se limitó a saborear su bebida.
— Hay algo que no entiendo. —Dijo Lyssa después de un momento, limpiándose las migas de los labios con delicadeza. — Hablaste de tus inicios, al habitar el gran desierto. Pero, luego terminaste entrelazando tu historia con la de Andreus Tenerius y Ragnar... ah, no recuerdo su apellido. Pero, lo hiciste como si tu propio relato se desvaneciera entre los suyos.
La mirada de Salomón se elevó de la jarra que portaba, a medida que se limpiaba las gotas de cerveza que aún se encontraban en su bigote. Su tono era tranquilo, desprovisto de cualquier emoción, más allá de una formalidad. — Tal vez porque mi historia, por sí sola, no tiene el peso que imaginas. Somos lo que nuestros caminos nos hacen ser, y el mío se cruzó con eventos que me sobrepasaban.
Lyssa espero un momento, en aguardar si se el mercenario añadiría algo más al respecto, pero al ver su mirada como se encontraba ausente, se preguntó si ese era el final del relato. Por lo que hizo un gesto para acomodarse en la silla, aguardando un momento más. Pero su compañero solo se limitó a seguir bebiendo en silencio. En un inicio, el silencio poca importancia le dio, tomándolo más como un momento para disfrutar de los placeres de la bebida y compañía. Pero cuando esos instantes comenzaron a tornarse en varios minutos, el silencio le incomodo.
Recorrió la instancia con la mirada, en espera de notar algo nuevo. Pero poco había realmente. Salvo algunos nuevos viajeros que habían llegado en busca de refugio para pasar la tormenta, todo continuaba con normalidad.
El tabernero seguía limpiando vasos, la mesera iba y venía entre las mesas, solo para regresar cerca del tabernero para retomar alguna conversación que habían pausado. Por lo que, al regresar a su mesa, se volvió a concentrar en Salomón. No estaba segura de que edad tendría actualmente, aunque la manera en cómo alguna de las canas que recorrían su barba, le daban indicios de cuanto podría tener.
También al continuar recorriendo su rostro, notaba algunas marcas de la edad o del esfuerzo de su oficio, siguiendo con las líneas, le pareció curioso una cicatriz en su cuello, un corte que a primera vista no debería resaltar, pero en la zona que se encontraba, había de ser mortal. Su mirada se concentró tanto en esa zona, que se sobresaltó cuando salomón dejo la jarra en la mesa en un pequeño golpecito, haciendo que volviera en sí.
— ¿Porque pones empeño, en saber mi historia?
— Todo aquello que nos rodea, tiene una historia. Solo los necios y los ignorantes optan por no saberla. El simple acto de que alguien comparta parte de su vida tiene algo mágico. El brillo en sus ojos, la pasión en su voz o incluso como se pierden entre sus recuerdos. Lo... encuentro fascínate.
— Ha de ser por tu oficio. — Volvió a acercar la jarra en sus labios. Ahora en su mirada, poca pasión había de la que se encontraba al inicio de la historia. A medida que narraba, su voz se fue apagando y un aura de cansancio se fue esparciendo, dejándolo ahora como una sombra.
— Narrar, es más un oficio que un arte. Todos tienen algo que decir, algo que desean escuchar o simplemente transmitir. Mas allá de entretener, mi labor es consolar, motivar y guiar. — Enseño una pequeña sonrisa al decir esto último. Ocasionando que salomón asintiera ante ello.
— Una comerciante de historias.
— Se puede emplear en ese sentido. Siempre que evites alguna pareja celosa que desee venganza, o los coqueteos no deseados de quien menos te lo esperas. Pero no cambiaría mi oficio por nada del mundo. Viajar es en sí, lo que más disfruto.
—¿ Sin un hogar al cual regresar?
— Yo... nací mucho más al Norte de los mismísimos reinos del Norte que conocemos. Son regiones casi inaccesibles por las escazas vías de acceso. Las carreteras son pocas y los peligros varios. Sería igual que cualquier otra vía del imperio, pero las vastas hileras montañas se encargan de convertirlo en una mayor dificultad, y sin vía directa al mar, los ríos no suelen ser una opción. Las nevadas se encargan de volverlos inutilizables para los navíos. Por lo que es en sí misma, una región aislada. — Deslizo su dedo alrededor de la jarra, al pensar en ello. No estaba segura de continuar hablando, pero la mirada atenta de salomón, le hizo hacerlo. — Era muy pequeña cuando llego una caravana de artistas itinerantes, sus historias, junto con los artilugios que traían consigo, me hicieron decidir que queria ser uno de ellos. Cuando se iban a marchar, me cole en una de las caravanas. No se dieron cuenta de mi presencia hasta pasado un mes abordo, para entonces, estaba tan lejos del norte que termine siendo parte de la tropa.
— Me cuesta imaginar una idea del porque abandonar tu hogar.
— Igual que tú. No tenía futuro en mi tierra. Mi familia... eran distantes entre sí, poca importancia les daba mi existencia. Preferían vivir más entre placeres que hacer algo más allá. Incluso luego de tanto tiempo, dudo que si quiera se hayan dado cuenta de mi ausencia.
— Si te da tranquilidad ese pensamiento. — Volvió a beber sin mostrar emoción alguna. — entonces fue lo correcto. Igual que tú, me da curiosidad tu historia.
— Podrías preguntar. — Le lanzo una mirada, un tanto coqueta, en espera de alguna reacción. Pero salomón solo la observo de reojo, en lo que le prestaba atención a dos nuevos recién llegados. Cubiertos de pieles y portando capaces gruesas, poco se podía ver de ellos más allá de ser viajeros, pero al notar el cabello castaño que alcanzaba a verse debajo de la capa, su expresión cambio. —¿Que sucedió con la mujer de tu relato? No creo que haya sido la ultima vez que se vieron.
La expresión de Salomón se tornó rígida ante esas palabras, haciendo que la sombra de su mirada, solo se extendiera aún más. Trago saliva antes de soltar un suspiro. E incluso, llego a desviar la mirada al volver a la conversación. Incluso, notaba la leve agitación en su respiración al hacerlo. Lo cual hizo que dejara de un lado los nacientes celos que sintió, para dar paso a la curiosidad de narradora.
— No estoy seguro de poder responder ante ello. — La amargura de su voz, se hizo visible.
— ¿Ella esta?
— No... — Negó antes de detenerse. — No lo se. — Suspiro al hablar. — Hace mucho tiempo, que no lo se.
— Se narraba por los caminos. La historia de un mercenario y una cazadora. Del amor que los unió y del mal que los separo. — Hablaba de forma lenta, intentando elegir las palabras con cuidado, en especial, al notar como su respiración se tornaba pesada a liviana, a medida que hablaba. — Era... es, una de las canciones que más disfrutaba durante las largas noches.
Una liviana tranquilidad emergió de la oscuridad de su mirada. Haciendo que la oscuridad que envolvía el tono carmesí de su mirada se volviera más cálido. — No sabía que había llegado a ser tan popular.
— Muchas son las historias que se intercambian en los caminos. Te sorprendería la delgada línea entre verdad y ficción que llega a entrelazarse.
— Te aconsejo dejar los rumores de las sendas. No son reales en su mayoría. Aunque eso ya has de saberlo.
— Puede ser, pero... hay algunos que tengo curiosidad sobre su certeza. En especial algunos, que giran en torno a una compañía de mercenarios errantes, que terminaron obteniendo la oportunidad de asentarse en las tierras del reciente regente de Agatha. — Salomón arqueo la ceja ante sus palabras, pero no negó ni afirmo nada, solo espero. Lo cual tomo como una invitación para continuar hablando, ahora, con mayor confianza de antes. — Se narra historias que el actual regente, obtuvo el poder por medio de la ayuda de mercenarios que apoyaron el asedio a la capital de la misma. A Athenia.
— Rumores son. —Volvió a su bebida mientras escuchaba.
— ¿También son rumores que es en realidad, medio hermano de un isleño? El mismo isleño que junto a un extranjero derrotaron a una criatura marítima que causo una gran ola de muerte en el archipiélago de Ulfrsholm.
Salomón solo movió la cabeza al oírla. Pero mantuvo el mismo tono taimado. A lo cual, lyssa no se dejó disuadir.
— ¿Pudiste haber estado en el incidente de la Academia de Lothrain? ¿O fue otro mercenario anónimo el que ayudó a salvar a los aprendices durante el ataque?
Salomón permaneció callado, sosteniendo su jarra entre las manos.
—¿Y qué hay de las minas de hierro de Dargonus? —insistió ella, más animada ahora. —Dicen que, sin la intervención de un hombre con tu descripción, esa región jamás habría podido retomar la forma de armas, armaduras y equipo para el imperio.
La mención de Dargonus pareció resonar en él, pero sus labios permanecieron cerrados. Lyssa lo observó fijamente, tratando de descifrar la expresión de su acompañante, aunque su rostro seguía impenetrable.
—Y el puerto de Velrath, cerca del río Aurion —añadió en un último intento—. Ese lugar es vital para las rutas comerciales hacia Agatha. No me digas que no sabes nada de los rumores sobre la erradicación de los monstruos que asolaron la región hace apenas unos años.
Salomón la miró finalmente, sus ojos destilando algo entre cansancio y resignación.
—Te lo dije antes. Mi historia, por sí sola, no tiene el peso que imaginas. Si en algún momento mis pasos coincidieron con esos eventos, fue porque el destino quiso que estuviera allí.
Lyssa soltó una breve risa, incrédula.
—Eres increíblemente modesto, o un maestro de los secretos.
—No es modestia. —Salomón tomó un largo trago de su jarra y dejó escapar un suspiro profundo—. Algunos hombres cargan espadas, otros cargan historias. Tú, joven trovadora, aún no entiendes el peso de lo segundo.
Lyssa se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre sus palabras. Finalmente, volvió a sonreír, aunque con una chispa de desafío.
—Quizá no lo entiendo del todo, pero las historias deben ser contadas, Salomón. Incluso las tuyas. La estuviste compartiendo hace un instante, ¿por qué detenerse ahora?
El mercenario no respondió de inmediato, dejando que el crepitar del fuego y el sonido de la taberna llenaran el espacio entre ellos como una compañía más, antes de agregar algo. — Porque ahora sabrás la verdad, una donde no hay grandeza.

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