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¿Quién es el vampiro?

Una historia corta de terror. Por Andrés Felipe Gómez

 
Una ciudad lluviosa
Una ciudad lluviosa en un mundo oscuro y siniestro

La mujer escucha los pasos rápidos de los transeúntes que crean una sinfonía desigual cuando se posan sobre el charco que ha formado una larga noche de lluvias. Aunque en la mayor parte de la ciudad el tráfico está detenido gracias a un crecimiento desbordado de la población en los últimos años, justo en esta calle la ausencia de cualquier tipo de vehículo se presenta como una casualidad que muchos llamarían mala suerte. Los paraderos del transporte público son particularmente acogedores en esta ciudad. Luces de varios colores iluminan las siluetas de los que esperan para poder abordar el siguiente autobús. Luces provenientes de avisos publicitarios de varias bebidas alcohólicas y cigarrillos, todos cubiertos bajo un techo oscuro de algún material plástico que resuena con el golpeteo homogéneo de la lluvia.


Una sola persona espera en el sitio, la joven vestida con lo que parece ser el uniforme de alguna cadena de restaurantes de la ciudad. Hamburguesas quizás. Su atuendo es especial, fabricado directamente por las compañías para vestir a las mujeres en condición de embarazo. Su mirada preocupada se alza al cielo nocturno al ver que la pantalla de su celular mostró la última advertencia de batería baja. ¨uno por ciento¨, y rápidamente mira a la izquierda, azarada por el rápido pasar de un joven afanado que camina con celeridad sobre los charcos del andén, y a la vez, discute con alguien por su teléfono. La típica pelea verbal de la llegada tarde, según el joven un accidente más arriba por esta misma calle ha bloqueado todos los vehículos, de ahí la mala suerte de no ver ninguno hace rato. Algo cae de su pantalón, un trozo de papel sobre el piso mojado. La mujer no lo interrumpe.


Un lugar para protegerse de la lluvia y la oscuridad
Un lugar para protegerse de la lluvia y la oscuridad

Con las manos sobre su vientre como sosteniendo algún tipo de tesoro, se pone de pie, actitud normal que acompaña a los nervios. Un vistazo rápido a su alrededor confirma su soledad absoluta, pone una de sus manos fuera del techo plástico para calcular que tanto llueve como si esta acción pudiera hacer que la lluvia cesara o que los agentes más arriba de la calle, levantarán con más rapidez el cuerpo sin vida de un motociclista que perdió el control. Con la otra mano chequea nuevamente su celular, no hay llamadas, aunque sí un par de mensajes, titulados Andrés, que no pretende visualizar en este momento, quizás por miedo a que el uno por ciento restante se esfume con esa lectura breve, o quizás porque él debería estar ahí con ella.


El hombre desciende de su automóvil que ha quedado totalmente muerto bajo la lluvia. Un viejo Ford del cincuenta y seis que normalmente funciona bien. El paraguas no abre, y el hombre dedica unos segundos a mirar al cielo, ya sea para luchar contra la zozobra que causa una racha de mala suerte o para intentar calcular cuantos minutos de lluvia quedan en esta noche. Se apresura a llegar al paradero de autobús más cercano, sus zapatos se han llenado de agua y se sienten incómodos. En el último tramo se revela una mujer intranquila en el sitio, cubriéndose de la lluvia y seguramente esperando algún autobús que la saque de esta noche oscura y fría. El primer quehacer en este capítulo de la noche es saludar con una voz firme y tranquila. No salió bien. Debió finalizar aclarando su garganta un poco ya que el frío de la lluvia le ha afectado, pero no tanto como a esta mujer de apariencia cansada. Una joven en embarazo que trabaja en algún restaurante, le ha ofrecido su abrigo y ella amablemente ha aceptado. El hombre se acerca a ella, se retira el abrigo y lo pone en la espalda de la joven, su cuello ha quedado al descubierto, es el momento.


Un ford del 56 se ha varado en la noche.
Un ford del 56 se ha varado en la noche.

El joven ha quedado con un mal sabor en la boca después de colgar la llamada. Su esposa no ha aceptado su excusa y al llegar a su hogar tendrá que lidiar con una discusión adicional. Desde que abandonó el autobús en el que tenía toda la esperanza de llegar a tiempo, frente al cual un accidente sesgó toda oportunidad de lograrlo, la lluvia no ha dado tregua. Sus ropas están empapadas y acaba de darse cuenta que, gracias a su carrera, ha perdido un trozo de papel que traía en el pantalón, uno importante que no podía perder. Se detiene por un momento y pierde la mirada en el halo de alguna luz lejana. Recobrando el aliento, y dándose por vencido, se devuelve con un paso lento, un caminar derrotado bajo la lluvia buscando incesantemente sobre el andén con la esperanza de encontrar el trozo de papel. A lo lejos el paradero de autobús podría ser el lugar. Acelera un poco el paso, y por fin, un poco de buena suerte. El papel empapado está justo al lado. Se agacha para tomarlo y sus dedos se manchan de un líquido viscoso que palpa entre ellos, un frío intenso recorre su espalda y sus piernas tiritan levemente. Con la otra mano enciende la linterna de su celular la cual refleja la muerte, un cuerpo yace sobre la banca del paradero cubierto de sangre, desde su cuello y que gotea hasta el suelo, manchando el trozo de papel. El celular rebota contra el suelo iluminando la escena una última vez antes de apagarse. Un par de brillantes ojos rojos se fijan en los del joven que, con dificultad, emprende la huida a toda velocidad, sin el trozo de papel.

Cansada…Cansada…Mi presa está cansada. No corras más joven, yo creo tu historia, tengo tu trozo de papel.


El testigo del horror.
El testigo del horror.


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